Remember
Suele ser un acicate suficiente la curiosidad. Suele ser la catalizadora
de reacciones que te lleva a la reacción química que no conoce de solutos ni
disolventes y sin embargo te anticipa unos resultados, al menos, curiosos, al
menos, festivos, al menos inesperados. De modo que aún a sabiendas de que el
remember anunciado no era exactamente el que te corresponde, allá que acudes y
a ver qué pasa. Y conforme asciendes las escaleras de lo que otrora fuera Casablanca,
dejando a tus pies lo que fuera Tropical, llegas a la pista y allí están.
Aquellos que dieran santo y seña de la más famosa ruta bakala de los años
ochenta, allí están. Y entre ellos intentas descubrir a aquellos que aquella
mañana dominguera detuvieron su Citröen AX en la gasolinera de paso, abrieron
las puertas, aumentaron decibelios, pusieron en marcha el lavadero y decidieron
ser ellos quienes pasaran por los rulos de plástico mientras el vehículo les
observaba a metros de distancia. Inolvidable imagen que daba fe y testimonio risueño
de quienes se habían metido entre pecho y espalda cientos de kilómetros en
busca de barracas, bunkers o chocolates festivaleros. Todo en pos de la fiesta
que exigía cuatro días por semana de desmelene y desmadre. Atrás quedaron los
ritmos discotequeros del funky y la electrónica era la dueña y señora de las
agujas y pistas. Y así se planteaba la noche unas décadas después, unos
peldaños más arriba. Allí lo que se apreciaba era el poder inexorable del paso
del tiempo. Las crines habían dejado paso a las calvas, las tersas a las
arrugas y los pasos a los bastones. En algún caso, el ritmo intentaba parecerse
al que años atrás inundase los aparcamientos y las emociones del tiempo pasado
volvían a hacerse presentes. Sobre la cabina, los djs intentaban recolocar los
temas en los tímpanos de los crecidos adolescentes y todo sonaba a regreso al
futuro. En los bolsillos se adivinaban los perfiles de las pastillas que antaño
fueron y ahora seguían siendo, pero con otras indicaciones, me temo. Aquellas
incitadoras al baile y desenfreno se hacían a un lado y dejaban hueco a las de
la hipertensión. Daba igual, nada importaba. Lo realmente válido fue dejar
constancia de pertenencia a un tiempo que dejó huella y puso sello a una forma
de diversión que seguía vigente en los ánimos de los eternamente jóvenes. Más
de uno faltó a la cita y quiero pensar que un punto de nostalgia le llegó
cuando supo que no podría asistir. La vida, nos guste o no, marca su ritmo. Y
el ritmo de aquellos años, siempre, siempre, seguirá presente en aquellos que
los vivieron con la intensidad que se suele vivir cuando el futuro está
demasiado lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario