domingo, 30 de diciembre de 2018


Remember


Suele ser un acicate suficiente la curiosidad. Suele ser la catalizadora de reacciones que te lleva a la reacción química que no conoce de solutos ni disolventes y sin embargo te anticipa unos resultados, al menos, curiosos, al menos, festivos, al menos inesperados. De modo que aún a sabiendas de que el remember anunciado no era exactamente el que te corresponde, allá que acudes y a ver qué pasa. Y conforme asciendes las escaleras de lo que otrora fuera Casablanca, dejando a tus pies lo que fuera Tropical, llegas a la pista y allí están. Aquellos que dieran santo y seña de la más famosa ruta bakala de los años ochenta, allí están. Y entre ellos intentas descubrir a aquellos que aquella mañana dominguera detuvieron su Citröen AX en la gasolinera de paso, abrieron las puertas, aumentaron decibelios, pusieron en marcha el lavadero y decidieron ser ellos quienes pasaran por los rulos de plástico mientras el vehículo les observaba a metros de distancia. Inolvidable imagen que daba fe y testimonio risueño de quienes se habían metido entre pecho y espalda cientos de kilómetros en busca de barracas, bunkers o chocolates festivaleros. Todo en pos de la fiesta que exigía cuatro días por semana de desmelene y desmadre. Atrás quedaron los ritmos discotequeros del funky y la electrónica era la dueña y señora de las agujas y pistas. Y así se planteaba la noche unas décadas después, unos peldaños más arriba. Allí lo que se apreciaba era el poder inexorable del paso del tiempo. Las crines habían dejado paso a las calvas, las tersas a las arrugas y los pasos a los bastones. En algún caso, el ritmo intentaba parecerse al que años atrás inundase los aparcamientos y las emociones del tiempo pasado volvían a hacerse presentes. Sobre la cabina, los djs intentaban recolocar los temas en los tímpanos de los crecidos adolescentes y todo sonaba a regreso al futuro. En los bolsillos se adivinaban los perfiles de las pastillas que antaño fueron y ahora seguían siendo, pero con otras indicaciones, me temo. Aquellas incitadoras al baile y desenfreno se hacían a un lado y dejaban hueco a las de la hipertensión. Daba igual, nada importaba. Lo realmente válido fue dejar constancia de pertenencia a un tiempo que dejó huella y puso sello a una forma de diversión que seguía vigente en los ánimos de los eternamente jóvenes. Más de uno faltó a la cita y quiero pensar que un punto de nostalgia le llegó cuando supo que no podría asistir. La vida, nos guste o no, marca su ritmo. Y el ritmo de aquellos años, siempre, siempre, seguirá presente en aquellos que los vivieron con la intensidad que se suele vivir cuando el futuro está demasiado lejos.

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