viernes, 16 de enero de 2015


      Artemio

Es quien dio por inaugurado el padrón del año al que luego nos fuimos añadiendo los demás un día como hoy. Seguro que ni el mismo San Antón sospechaba que mi amigo, mi hermano Artemio, ejercería de guía en esa quinta con el látigo de su sonrisa. Sabed que era costumbre adjudicarle al primer nacido el privilegio de usar dicha fusta en los tiempos de reclutamientos obligatorios y él, forró a la suya de picaresca divertida. En sus primeros años la cambió por el rabo de escoba que usaba como bastón de guarda fronterizo ante quien osaba traspasar el umbral de su puerta en la calle Larga. Un diablo cojuelo que entre la sonrisa de sus dientes separados se sabía granjear la simpatía de aquellos que deberían haberle reprendido y sucumbían a sus encantos. Daba igual que fuese el cura o el jefe de campamento. Él se encargaba de remar a su favor cualquiera de las reprimendas que a los comunes de los mortales nos pudiesen llegar. Era y sigue siendo  el pícaro encantador que es capaz de festejar durante jornadas sin cansancio alguno. Docente al que sus alumnos querrán como le queremos aquellos que le conocemos profundamente. Sabemos que tras esa imagen de rebelde sin causa que se salta los límites, habita el responsable que hace gala de dominar sus obligaciones. Mientras, eso sí, será capaz de ser el lector ávido de libros en los que seguro compara la vida de los protagonistas con la suya y salen perdiendo. Se sumergirá en las aguas frías del río para llevarse en la piel el sabor de la belleza que de los juncos extrae. Este capricornio  “bon vivant”, sabe de los placeres, los paladea, busca, consigue y disfruta. Don Juan  lo envidiaría al ver como es capaz de conquistar como sólo conquistan los elegidos por las estrellas, con clase, poderío, elegancia. Sabrá disfrutar de la vida porque la vida misma se rendirá a su paso para servirle de alfombra. Lucirá sus canas con la coquetería propia de quien suma calendarios sin añadir años. Será eternamente joven  porque en sus venas discurre la sangre que la luna propicia. Pero sobretodo, creedme, sabrá que gracias a él, aquel año que nos vio nacer, comenzó a lucir más hermoso desde el día dieciséis de Enero. Si hoy, amigo mío, en el paseo imaginario,  vuelvo a cruzar por tu puerta, nos reiremos del mundo y brindaremos por la vida.  

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