Santiaga
Es ese tipo de mujer que va
por la vida de puntillas para no dar motivos de queja a nadie a quien le
pudiese molestar su paso. Y sería impensable que eso sucediese. Ella, desde la
segunda fila del patio de butacas en el que la vida la situó, hace de la
discreción su santo y seña. Ha sido la
luchadora constante que se ha enfrentado a las adversidades diarias por muy
sangrantes que le resultasen y a las que ha derrotado siempre. Su bondad, su prestancia a ayudar al
prójimo, su compañía callada, suele ser un lujo tan escaso como meritorio que ella
expone sin alharacas ni soberbias que con ella se sentirían extrañas. Sigue el
curso de los días tras los cristales que acunan a sus menudos ojos mientras
recuerdan los pespuntes de colores que delinearon esperanzas. Las agujas y dedales saben de su maestría y no pocos sueños reposan
sobre sábanas con iniciales por ella bordados en aquellas tardes de estufa y
salita. Su paso vivaz abre el día llevando de paseo a la bolsa de cuadros que
reclama la hogaza diaria. No sabe de perezas y su constante disposición la
convierte en mensajera gustosa de
quienes la solicitan. Sabe que su refugio permanece a la espera del
estío para inclinar sobre la pared su silla de anea cuando llegue la noche.
Allí, formando el pasillo fronterizo hacia el Mirador de la Virgen, la compañía
se completará con su llegada y el fresco tendrá sabor a tertulia a la espera
del sueño. Sé que extrañará a quienes tuvo consigo y callará su pena. Ella ha
nacido para consolar a otros y por más desaires que pudiese recibir, sabrá
encajarlos con elegancia y resignación. Puede que en algunos de sus paseos
vespertinos, los oídos próximos que la acompañen se ofrezcan a ser
confesionarios de quien carece de pecados y necesite desahogos. Allí, con el
horizonte que los montes prestan y el agua ilumina, recobrará la paz que en
alguna ocasión le han querido arrebatar. Y será feliz cuando se vea retratada
por el aficionado que le pida ser pareja de su imagen frente al banco soleado
de la carretera. Se atusará su vestuario en un acto de coquetería al que su
corte de pelo contribuirá para hacerla inconfundible. Quien sabe de su
existencia sabe que este retrato carece de hipérboles. Es, en resumen, la viva
imagen de cómo suele manifestarse la virtud, cuando la misma virtud se
avergüenza de ser descubierta.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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