Los sin corbatas
Sus días parecen contados.
Ese complemento sinónimo de elegancia en otras épocas parece condenado al
destierro. Está siendo reemplazado por los cuellos abiertos de camisas desprovistos de nudos asfixiantes. Parece una premonición a
modo de guillotina que se está extendiendo como la lava en las nuevas clases
dirigentes o a punto de dirigir los destinos mediterráneos. Por más que a Ángela
o a Christine le parezcan convenientes, elegantes, necesarias, inevitables, las
nueces de millones de cuellos están abogando por la renuncia a su papel de reos
ante tales verdugos. Y no les falta razón. Han soportado nudos de miles diseños
sobre los que aguantar las respiraciones contenidas y ahora que el aire les
escaseaba hasta el término inaguantable han decidió deshacerse del mismo a modo
y manera de una boda en la que se subastan los trozos que el novio lucía. Se
acabó la usura de futuros, el expolio de las esperanzas, la negación de la
dignidad. Quedarán, por mucho diseño italiano que tengan o por mucha seda que
las cubran, como símbolos de la opresión mediante la que la codicia de unos
llevó a la ruina de los otros. Sí, ya sé,
ya estoy escuchando las réplicas que conminan a pagar religiosamente la deuda
generada. Pero no oigo a nadie realizar un acto de contrición al reconocer que
regalar dinero sin explicar los riesgos a los que te expone la no devolución te
acabaría llevando. Primero el dulce sin control y luego a limpiar la caries sin
anestesia y sin derecho a la queja. Mientras tanto, la prima del famoso señor
Riesgo, casquivana como siempre, mostrándose caprichosa y frívola en su deseo de meter miedo a quienes ya no tienen
hueco para él. Han jugado con dos mazos de barajas, se han guardado los
comodines de ambas y empiezan temer el abandono de la partida por quienes
siempre se ven perdedores. Al menos deberían ser humildes al reconocer su culpa.
Conforme vayan viendo que se vacía el casino que ellos montaron se darán cuenta
de que los únicos que siguen manteniendo el complemento en su cuello son ellos.
Se mirarán sorprendidos ante la falta de jugadores y quizás opten por dos
opciones: o quitarse las corbatas definitivamente o apretarse más el nudo en un
último y desesperado intento de entender lo que está clarísimo. Mientras tanto,
quien quiera que acuda la llamada del
crupier de turno y siga esperando el premio a su fidelidad. Eso sí, que espere para
no cansarse.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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