miércoles, 28 de enero de 2015


     Los sin corbatas

Sus días parecen contados. Ese complemento sinónimo de elegancia en otras épocas parece condenado al destierro. Está siendo reemplazado por los cuellos abiertos de camisas desprovistos  de nudos asfixiantes. Parece una premonición a modo de guillotina que se está extendiendo como la lava en las nuevas clases dirigentes o a punto de dirigir los destinos mediterráneos. Por más que a Ángela o a Christine le parezcan convenientes, elegantes, necesarias, inevitables, las nueces de millones de cuellos están abogando por la renuncia a su papel de reos ante tales verdugos. Y no les falta razón. Han soportado nudos de miles diseños sobre los que aguantar las respiraciones contenidas y ahora que el aire les escaseaba hasta el término inaguantable han decidió deshacerse del mismo a modo y manera de una boda en la que se subastan los trozos que el novio lucía. Se acabó la usura de futuros, el expolio de las esperanzas, la negación de la dignidad. Quedarán, por mucho diseño italiano que tengan o por mucha seda que las cubran, como símbolos de la opresión mediante la que la codicia de unos llevó  a la ruina de los otros. Sí, ya sé, ya estoy escuchando las réplicas que conminan a pagar religiosamente la deuda generada. Pero no oigo a nadie realizar un acto de contrición al reconocer que regalar dinero sin explicar los riesgos a los que te expone la no devolución te acabaría llevando. Primero el dulce sin control y luego a limpiar la caries sin anestesia y sin derecho a la queja. Mientras tanto, la prima del famoso señor Riesgo, casquivana como siempre, mostrándose caprichosa y frívola  en su deseo de meter miedo a quienes  ya no  tienen hueco para él. Han jugado con dos mazos de barajas, se han guardado los comodines de ambas y empiezan temer el abandono de la partida por quienes siempre se ven perdedores. Al menos deberían ser humildes al reconocer su culpa. Conforme vayan viendo que se vacía el casino que ellos montaron se darán cuenta de que los únicos que siguen manteniendo el complemento en su cuello son ellos. Se mirarán sorprendidos ante la falta de jugadores y quizás opten por dos opciones: o quitarse las corbatas definitivamente o apretarse más el nudo en un último y desesperado intento de entender lo que está clarísimo. Mientras tanto, quien quiera que acuda  la llamada del crupier de turno y siga esperando el premio a su fidelidad. Eso sí, que espere para no cansarse.


   

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