domingo, 25 de enero de 2015


       El deseo de viajar

No deja de sorprenderme el deseo que brota de cada quien ante la posibilidad de realizar un viaje. La primera insinuación despertará en ti un cuestionario de interrogantes a los que gustoso pondrás respuestas esperanzadas. Y en ellas mismas emprenderás a la ruta que te llevará al destino elegido envuelto en la misma curiosidad que el desconocedor del mismo lleva en sí.  Será más o menos sugerente en base a los aciertos publicitarios y sobre todo a las fidedignas opiniones de quienes te antecedieron. Dará igual si los kilómetros se multiplican o sencillamente vamos a la vuelta de la esquina. Lo importante será sentirte como un aprendiz de experiencias a las que permitir pegarse a tu piel. Ellas serán las que avalen el resultado final del mismo y con algo de suerte firmarán el acierto de tal elección. Por eso, no soy muy partidario de desmenuzarlo antes de haberlo realizado. Huyo de quienes pormenorizan  todos los detalles, derraman consejos y esparcen recomendaciones extremas que acaban dando por finalizado en viaje antes de emprenderlo. Si le quitamos la vitola de la sorpresa, igual el sabor ya no es tan fresco como soñamos. Suelo tender al pesimismo quizás por un íntimo deseo de verme refutado a pie de calle en la meta elegida y así acabarlo con una sonrisa. No es que reniegue de la planificación, pero un porcentaje  elevado debe quedarse para la improvisación. Ese rincón escondido, ese músico callejero, esa sonrisa robada, esa calle casi olvidada. Todos estos detalles barnizarán el marco de tu recuerdo a la espera de ser colgado de alguna pared.  Pero si hay un viaje al que nadie se puede resistir es ese que se dirige a ti mismo. Ese que emprendes cada vez que la duda te asalta o el deseo de actuar de un modo u otro se presenta con los pasajes listos. Sabes que será un viaje cíclico que concluirá donde empezó y aún así te arriesgas a emprenderlo. En ese tránsito se acumularán etapas censoras y etapas alentadoras que tirarán de ti hacia un sentido o hacia el otro. Procurarás no desviarte de la senda elegida y por más costoso que resulte acabarás afirmando que mereció la pena. Seguirás mirándote al espejo y le preguntarás al de enfrente si está dispuesto a viajar de nuevo, y te dejará hacer las maletas con la condición de acompañarte. Y cuando lo reemprendas volverás a cruzarte con otros que ya están de vuelta, los saludarás cortésmente y les dirás que tu meta está allí donde el sentimiento la trazó y que vas en su busca. Puede que alguno te mire a la cara y regrese contigo por saber que la suya le sigue esperando.

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