martes, 13 de enero de 2015


    El aburrimiento de la gris existencia

Es el que se encarga de empujar a la búsqueda de los alicientes que den color a una vida insulsa, mediocre, medio llena. Ese color que suele ser el símbolo de la discreción es el que se acaba adueñando de las pieles que cubre y convierte a sus esclavos cobardes en camaleones  incapaces de darse pálpitos con los que crear su propio arco iris. Da igual el método que empleen, da lo mismo el tipo de expresión que busquen. Su timidez a manifestarse, por más deseos que tengan, les llevarán a quedarse en la posibilidad en vez de arriesgarse a  la realización. Son aquellos que a falta de ingredientes para sí se abastecerán de cuanto  imaginen en otros atrevidos a los que acabarán deseando copiar y seguirán sin atreverse. Sus reglas rígidas se alzan a modo de empalizadas protectoras que no ven como rejas personales. Niegan ese calabozo por no querer ver que la mayor penitencia que cumplen es la impuesta por ellos mismos sin siquiera analizar con justicia los pecados que se atribuyen. Normalmente estarán rodeados de otros grises como ellos entre los que seguirán acumulando sus argumentos con los que reafirmarse y así rechazar al osado por culpable. La norma nace con ellos por más que deseasen saltársela y dejar hablar a su interior. Actores de una tragicomedia en la que el papel protagonista modera sus intervenciones para evitar críticas sin ver que la mayor de las críticas viene de su conformismo y ante él sucumben. Y siendo todo esto triste, aún lo es más cuando la lucha interior se desata entre el querer y el deber en ellos mismos. Siempre se quedarán en la frontera de la marcha atrás y sus futuros girarán en torno al tiempo condicional en el que buscarán la excusa que les redima. Para ellos, las emociones, las utopías, las risas sinceras, no son más que nubes de sueños en las que los ilusos sobreviven a la espera de su merecida caía al foso merecido. No se dan cuenta de que ese papel que a diario representan carece de atractivo y el escenario se puebla de telarañas. Han sido los fieles exponentes de los cimientos aprendidos y aprehendidos para dejarse prender sin ofrecer resistencia. Inmóviles estatuas que a duras penas moverán los ojos en busca de aquello que les atrae y a la vez critican. En fin, allá ellos. Quizás cuando se den cuenta de la brevedad de la vida rectifiquen y opten por el espectro que va del blanco al negro. Pido para que llegado ese momento, aún estén a tiempo de hacerlo, porque, sinceramente, el gris es un color sin gracia ninguna.

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