El
cotillón
Parece necesario el hecho de
apuntarse a alguno para despedir y recibir a dos años que se suceden. De hecho,
las urgencias incitan a no verte privado de la entrada al mismo, para no ser el
paria de la noche última. Por tanto, tras asegurarte la plaza en el embarque, te
atusas y acudes con la compañía festera que comparte tus expectativas. Una vez
allí, la cena, más o menos apetitosa, los licores menos que más apetecibles y
los innumerables brindis con los mejores deseos. Y llegan las uvas. Poseídos
por los segundos, abducidos por los cuartos, hipnotizados por las campanadas,
recibimos al año. Y entonces empieza lo bueno. El dj se envalentona y se somete
al mayor de los frenesís para hacerte bailar como clon de actor de Polanski ,
pero sin el argumento de aquel maravillosos film. De pronto, allá que tus
caderas no soportan más semejante estupidez de ritmo, la sed te avisa y accedes
al abrevadero lumínicamente ambientado en el que ella reina. Sí, ella, la diosa
de la barra, allí te recibe. Y lo hace con el rostro de quien aparenta un
divismo que ya quisieran para sí en la meca del cine. Pides, como mendigando,
tu combinado preferido, y ella, esa perdonavidas, creyéndose el objeto del
deseo de quien sólo quiere rebajas los langostinos de la cena, te lanza un no como
flecha directa a los deseos libidinosos que sólo ella intuye. Podrían contarse
los años que te separan y entonces la risa vendría actuar como hielo de ese
gintónic de marca extraña que va a dar
cuenta de tu esófago en pocas horas. Ella, impertérrita, te lanzará un aviso
para que entiendas quién manda tras esa red de metal que separa la pista del
reservorio alcohólico. Mucho cuidado con manifestar disconformidad alguna con
la sobrecarga de hielo, o el añadido de limón injustificado, o la no
aquiescencia sobre la tónica. Aquí manda ella, y punto. Mientras tanto, a unos
cuantos metros, el dj sigue atormentando a las caderas a modo de verdugo
inmisericorde con la música enlatada de botulismo necio. Y tú diciéndote “¿qué
necesidad de pasar por este trance?”. Las horas pasan, aquello no se arregla y ya
que ha empezado la acidez a apuntarse al festejo, decides huir. Como milagro divino
consigues un taxi y en él encuentras la verdadera ilusión de un nuevo comienzo.
Él, acompañado por ella, han decidido compartir la noche de trabajo en una
perfecta noche de a dos. Los felicitas y ellos creen que es un acto más de
cortesía. No sospechan que tu felicitación se aparta de las corrientes esa
noche y lleva un matasellos sincero a ellos dirigido. Atrás quedó la estupidez
de quienes decidieron adoptar una pose tan falsa como plástica y conmigo vino
el ácido en forma de matasuegras cruel.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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