viernes, 2 de enero de 2015


      El cotillón

Parece necesario el hecho de apuntarse a alguno para despedir y recibir a dos años que se suceden. De hecho, las urgencias incitan a no verte privado de la entrada al mismo, para no ser el paria de la noche última. Por tanto, tras asegurarte la plaza en el embarque, te atusas y acudes con la compañía festera que comparte tus expectativas. Una vez allí, la cena, más o menos apetitosa, los licores menos que más apetecibles y los innumerables brindis con los mejores deseos. Y llegan las uvas. Poseídos por los segundos, abducidos por los cuartos, hipnotizados por las campanadas, recibimos al año. Y entonces empieza lo bueno. El dj se envalentona y se somete al mayor de los frenesís para hacerte bailar como clon de actor de Polanski , pero sin el argumento de aquel maravillosos film. De pronto, allá que tus caderas no soportan más semejante estupidez de ritmo, la sed te avisa y accedes al abrevadero lumínicamente ambientado en el que ella reina. Sí, ella, la diosa de la barra, allí te recibe. Y lo hace con el rostro de quien aparenta un divismo que ya quisieran para sí en la meca del cine. Pides, como mendigando, tu combinado preferido, y ella, esa perdonavidas, creyéndose el objeto del deseo de quien sólo quiere rebajas los langostinos de la cena, te lanza un no como flecha directa a los deseos libidinosos que sólo ella intuye. Podrían contarse los años que te separan y entonces la risa vendría actuar como hielo de ese gintónic  de marca extraña que va a dar cuenta de tu esófago en pocas horas. Ella, impertérrita, te lanzará un aviso para que entiendas quién manda tras esa red de metal que separa la pista del reservorio alcohólico. Mucho cuidado con manifestar disconformidad alguna con la sobrecarga de hielo, o el añadido de limón injustificado, o la no aquiescencia sobre la tónica. Aquí manda ella, y punto. Mientras tanto, a unos cuantos metros, el dj sigue atormentando a las caderas a modo de verdugo inmisericorde con la música enlatada de botulismo necio. Y tú diciéndote “¿qué necesidad de pasar por este trance?”. Las horas pasan, aquello no se arregla y ya que ha empezado la acidez a apuntarse al  festejo, decides huir. Como milagro divino consigues un taxi y en él encuentras la verdadera ilusión de un nuevo comienzo. Él, acompañado por ella, han decidido compartir la noche de trabajo en una perfecta noche de a dos. Los felicitas y ellos creen que es un acto más de cortesía. No sospechan que tu felicitación se aparta de las corrientes esa noche y lleva un matasellos sincero a ellos dirigido. Atrás quedó la estupidez de quienes decidieron adoptar una pose tan falsa como plástica y conmigo vino el ácido en forma de matasuegras cruel.  

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