viernes, 23 de enero de 2015


    La recompensa del delito

Es evidente mi falta de preparación legal a la hora de poder entender lo que se me escapa de las decisiones judiciales. Pero desde mi máxima ignorancia, hay algo que me deja con la interrogación  abierta y no consigo descifrar la respuesta. Me refiero al precio que paga el delincuente en la remisión de su delito. Tal y como aprecio a diario creo que es un negocio altamente rentable acumular riquezas que superarán con creces el precio a pagar con los escasos  meses de condena. Si hacemos números, la tentación acude. Desde vigilantes que se llevan un furgón lleno de dinero y acaban aduciendo amnesia al ser preguntados por la caja en donde lo dejaron, hasta cantantes a las que se les enamora el alma ante la vara del alcalde que usa bolsas de basura para esconder sus comisiones, todo vale con tal de rentabilizar su futuro. Por eso tampoco me extraña que tesoreros con multitud de cuentas camufladas por paraísos fiscales actúen de modo idéntico. Cuantos más indicios aparezcan más se diluirá la exclusividad y más se extenderá la sensación de ser unos gilis quienes no lo hacemos. Y de paso, las sangres azules que abogaron por dar ejemplo, efectivamente, lo dan, pero a peor. Y si algo faltaba, la duda se tiende sobre las nuevas opciones que aparecían como manás apetecibles de los que alimentarse. Entonces, aquellos que tenemos como máximas aspiraciones las que ellos ignoran, seguimos preguntando por el límite a tanta codicia y  no lo vemos. Seguimos soñando con un pellizco en los múltiples juegos que se nos ofrecen sabiendo que jugamos con Hacienda pero pagamos nosotros el boleto. Sólo unas firmes convicciones nos acaban testimoniando como honrados a pesar de lo que vemos por muchas tentaciones que nos acudan. Y cuando planteamos a la par del cumplimiento de la mínima condena la devolución de lo robado, sospechamos la carcajada ahogada que emiten quienes lo han cometido y quienes consienten en tal comisión, nunca mejor dicho. El verdadero problema radica en la crispación que genera ante los comunes de los mortales y el peligro que acarrea por facilitar la llegada de postulados extremistas. Ahí está la verdadera recompensa a sus delitos. El único problema, y no pequeño, es que seremos paganos de la misma quienes no lo hemos cometido mientras ellos se siguen riendo en nuestras narices y piensan que si pudiéramos también lo haríamos. Así lavan sus conciencias los que carecen de ella y se nos presentan como modelos de conducta. Y nosotros, aguantando.

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