jueves, 15 de enero de 2015


       La conducta  de los gatos

Es curioso el modo de manifestarse de los animales. Tenemos al perro como muestra de la fidelidad extrema hacia su dueño que sería incapaz de abandonarlo por más penurias que le haga pasar. Tenemos al canario, y por extensión a cualquier ave enjaulada, que pagará su cautiverio con los trinos que proporcionan gozo a su captor. Y también tenemos al más doméstico de los felinos, al gato. Este animal siempre me ha llamado la atención por su forma de relacionarse con sus inquilinos. Respeta sus normas siempre y cuando las normas no penalicen su independencia que nace del común acuerdo en la convivencia. Transitará silencioso por los rincones a la espera de la caricia oportuna que su dueño considere oportuna dedicarle. Acicalará sus bigotes para mejor saborear aquello que le sea suministrado por alimento. Será pulcro porque sabe que de la limpieza que muestre su valoración caerá hacia un lado o hacia el otro.  Esconderá sus garras para que el temor que pudiese exhibir su condición no asuste a quien se le aproxime. Emprenderá la retirada si es la opción más viable ante la agresión que perciba. Ahora bien, arqueará su lomo, afilará sus garras y lucirá colmillos si la posibilidad anterior no se presenta. Entonces, toda la fiereza latente vendrá en su  ayuda y se mostrará como  invencible enemigo. Obligará al adversario a replantearse su táctica antes de herirlo y el adversario entenderá que va en serio. Tendrá que abrirle la puerta de la alacena en la que lo encerró creyendo que la abundancia de cebos en forma de embutidos oreantes a la espera de cura, sería suficientemente atractiva. Y entonces, rendido a la evidencia, le abrirá la puerta para librarse de él. Ya decidirá si decide continuar a su lado o no  pero la advertencia habrá quedado clara.  Así lo vi en Marisa, la gata presumida que lucía cascabel de mi abuela Perpetua, en Manolo, primer gato de mi casa que murió envenenado no se sabe por quién, o en la banda de gatos callejeros que suelen venir de cualquier rincón a tomar el sol a mi patio cuando les apetece. Son libres de entrar y salir, de cazar ratones o dejarlos ir, de maullar o permanecer en silencio. Respetan espacios y son respetados desde el Antiguo Egipto hasta nuestros días. Por eso, creo que si la reencarnación existe, y se puede optar por ser un animal en una nueva vida, ya tengo clara mi elección.       

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