La conducta de los gatos
Es curioso el modo de
manifestarse de los animales. Tenemos al perro como muestra de la fidelidad extrema
hacia su dueño que sería incapaz de abandonarlo por más penurias que le haga
pasar. Tenemos al canario, y por extensión a cualquier ave enjaulada, que pagará
su cautiverio con los trinos que proporcionan gozo a su captor. Y también
tenemos al más doméstico de los felinos, al gato. Este animal siempre me ha
llamado la atención por su forma de relacionarse con sus inquilinos. Respeta
sus normas siempre y cuando las normas no penalicen su independencia que nace
del común acuerdo en la convivencia. Transitará silencioso por los rincones a
la espera de la caricia oportuna que su dueño considere oportuna dedicarle.
Acicalará sus bigotes para mejor saborear aquello que le sea suministrado por
alimento. Será pulcro porque sabe que de la limpieza que muestre su valoración
caerá hacia un lado o hacia el otro. Esconderá sus garras para que el temor que
pudiese exhibir su condición no asuste a quien se le aproxime. Emprenderá la
retirada si es la opción más viable ante la agresión que perciba. Ahora bien,
arqueará su lomo, afilará sus garras y lucirá colmillos si la posibilidad
anterior no se presenta. Entonces, toda la fiereza latente vendrá en su ayuda y se mostrará como invencible enemigo. Obligará al adversario a
replantearse su táctica antes de herirlo y el adversario entenderá que va en
serio. Tendrá que abrirle la puerta de la alacena en la que lo encerró creyendo
que la abundancia de cebos en forma de embutidos oreantes a la espera de cura,
sería suficientemente atractiva. Y entonces, rendido a la evidencia, le abrirá
la puerta para librarse de él. Ya decidirá si decide continuar a su lado o no pero la advertencia habrá quedado clara. Así lo vi en Marisa, la gata presumida que lucía
cascabel de mi abuela Perpetua, en Manolo, primer gato de mi casa que murió
envenenado no se sabe por quién, o en la banda de gatos callejeros que suelen
venir de cualquier rincón a tomar el sol a mi patio cuando les apetece. Son
libres de entrar y salir, de cazar ratones o dejarlos ir, de maullar o
permanecer en silencio. Respetan espacios y son respetados desde el Antiguo Egipto
hasta nuestros días. Por eso, creo que si la reencarnación existe, y se puede
optar por ser un animal en una nueva vida, ya tengo clara mi elección.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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