lunes, 5 de enero de 2015


            Noche de Magos

Aquella noche, como todas las anteriores, el sueño luchaba contra la vigilia. Ésta pugnaba por velar la llegada de los Magos, y aquel quería cobrarse el precio del ajetreo que la víspera había provocado. Atrás quedaron las cuartillas de papel emborronadas con peticiones cambiantes que fluctuaban entre los deseos ilusorios. Esta noche la magia se haría presente y la recompensa a sus esfuerzos llegaría de la mano de aquellos a quienes esperaba ansioso. Por más que se le insistió, sus esfuerzos se encaminaban a acelerar el paso de los minutos a la espera de la hora en la que suponía harían acto de presencia. Su imaginación volaba dándole forma a sus rostros, atuendos y cortejo. La inquietud por descifrar el duelo entre silencio y bullicio le aceleraba el pulso y la no comprensión se refugiaba en la esperanza del premio. Sonaron los tictacs del reloj de pared como granitos de arena descontando los peldaños de la espera. Todo era silencio. En la calle, la quietud se hizo dueña de la escarcha que la alfombraba. Y así, casi sin darse cuenta, los párpados se convirtieron en el telón cómplice que cerraba el escenario real y abría el acto maravilloso del sueño. Allí comenzó la más maravillosa de las representaciones. En su mente fueron sucediéndose los amigos como actores compañeros de su interpretación. Los juegos en los espacios abiertos que solo acotaban la osadía y el atrevimiento desobediente hacia el adulto temeroso. Las interminables charlas transcendentes que sus infantiles mentes intentaban cargar de raciocinios. Los méritos de unos que  no lodazalaban los pocos éxitos del amigo. Era el espíritu albo quien hermanaba la vida, quien rasaba los niveles para igualarlos. No había hueco para la desconfianza por más que los adultos la esgrimiesen como moneda de cambio en sus aburridas tertulias de sobremesa. Poco importaba la tendencia del criterio de aquellos cuyos almanaques se habían cargado de rencores, de no olvidos, de venganzas por cumplir. Eso, callaban para sí,  a la vez que se juramentaban para no repetirlos cuando ocupasen el puesto que la vida les reservaba. El reloj había desaparecido de su sueño y el tiempo vagaba a su antojo entre risas traviesas que las vías traviesas de su tren ondulaban de trayectos azules. Fueron diseminándose las estrelladas amapolas sobre el manto de la inocencia. Allí se licuaban las travesuras al ser compartidas. Allí las obligaciones se disfrazaban de payasos para desdramatizar la comedia a la que no renunciaban. Allí el querer y el renunciar alternaban su duelo ante el hecho de hacerse mayores. Allí se vio ajado el rostro, raídos los párpados y desenfocados los focos de sus ojos. Allí se vio mayor y el súbito despertar le trajo la desazón que nunca fue invitada. Alzó su cuerpo, encendió la luz de la mesita de noche, se miró al espejo y no se reconoció. Había envejecido de tal modo que el reflejo no le era. Tembloroso se levantó y cuando su esposa  le preguntó sobre los motivos este contestó que una pesadilla le había truncado el sueño. No dio más pistas. Solamente se acercó a la base del árbol, comprobó que los regalos seguían en su sitio y que todavía los niños dormían. Solamente al regresar al lecho algo le llamó la atención. En el belén heredado que seguía perezosamente instalando en el rincón de siempre, los Magos, descabalgados,  le ofrecieron como regalo la ilusión  que nunca pidió y que había perdido con el transcurrir de los años   

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