miércoles, 14 de enero de 2015


     El grito

Y no me refiero al de Edvard Munch,  ni al de Tarzán, ni al de las enloquecidas fans del cantante de moda en la cola del concierto. Me refiero al que lanzó el espartaco goleador en la entrega del balón dorado que reconocía sus méritos como tal. Tanta elegancia en la vestimenta, tanto glamur en la sala, tantos parabienes y elogios para destrozar tu propia imagen en unos segundos.  Y con ella la de todo aquellos que le han reído las gracias. Ni clase, ni estilo ni nada que se le parezca y sea digno de ser tenido en cuenta. Salvo  los aduladores cercanos y aquellos que viven de contar sus proezas con el balón, no creo que nadie medianamente normal haya considerado educada su respuesta al galardón. Si quería responderles  a los presidentes de los organismos futboleros, allí, con los micrófonos a su disposición, tenía la ocasión perfecta. Y tanto a uno que abogaba por el portero como al otro que hizo el payaso en una universidad el año anterior les habría sonrojado su respuesta elegante. Sólo con demostrar cierto dominio de la retórica habría hundido en la miseria  quienes dirigen este negocio mundial llamado fútbol. Pero para eso, no basta con patear un balón como nadie. Para  eso necesitas que los próximos te eduquen adecuadamente desde todos los ángulos de tu formación sin impedir que tus dotes físicas te acaben encumbrando. Necesitas haber oído hablar de aquellos que defendían sus razones en base a la palabra y no al grito. Necesitarías que se te exigiera preparación intelectual y humanística antes de ser una máquina de hacer dinero. Y eso, amigo mío, cuesta tiempo, exige de paciencia y precisa de convencimiento. De modo  que para la posteridad quedará eclipsado el tercer trofeo personal de índole mundial por la cortina del exabrupto innecesario. Puede que nadie le haya hecho reflexionar por no perder su estela y con ella su posición. Pero sea como sea, seguro que cuando revise las imágenes en silencio, reconoce su salida de tono. Caso de no hacerlo, seguirá viviendo en el engaño  que los pelotas de costumbre promueven para seguir cerca del ídolo temporal. Han el favor, quien tenga potestad para ello de hacérselo saber y de paso le dicen, que me pareció merecido el premio, y a mí me apasiona el fútbol jugado y disfrutado por elegantes, no por clones de ciervos berreantes..

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