El
grito
Y no me refiero al de Edvard Munch, ni al de Tarzán, ni al de las enloquecidas
fans del cantante de moda en la cola del concierto. Me refiero al que lanzó el espartaco
goleador en la entrega del balón dorado que reconocía sus méritos como tal. Tanta
elegancia en la vestimenta, tanto glamur en la sala, tantos parabienes y
elogios para destrozar tu propia imagen en unos segundos. Y con ella la de todo aquellos que le han reído
las gracias. Ni clase, ni estilo ni nada que se le parezca y sea digno de ser tenido
en cuenta. Salvo los aduladores cercanos
y aquellos que viven de contar sus proezas con el balón, no creo que nadie medianamente
normal haya considerado educada su respuesta al galardón. Si quería responderles
a los presidentes de los organismos
futboleros, allí, con los micrófonos a su disposición, tenía la ocasión
perfecta. Y tanto a uno que abogaba por el portero como al otro que hizo el
payaso en una universidad el año anterior les habría sonrojado su respuesta
elegante. Sólo con demostrar cierto dominio de la retórica habría hundido en la
miseria quienes dirigen este negocio
mundial llamado fútbol. Pero para eso, no basta con patear un balón como nadie.
Para eso necesitas que los próximos te
eduquen adecuadamente desde todos los ángulos de tu formación sin impedir que
tus dotes físicas te acaben encumbrando. Necesitas haber oído hablar de aquellos
que defendían sus razones en base a la palabra y no al grito. Necesitarías que se
te exigiera preparación intelectual y humanística antes de ser una máquina de
hacer dinero. Y eso, amigo mío, cuesta tiempo, exige de paciencia y precisa de
convencimiento. De modo que para la
posteridad quedará eclipsado el tercer trofeo personal de índole mundial por la
cortina del exabrupto innecesario. Puede que nadie le haya hecho reflexionar
por no perder su estela y con ella su posición. Pero sea como sea, seguro que
cuando revise las imágenes en silencio, reconoce su salida de tono. Caso de no
hacerlo, seguirá viviendo en el engaño que
los pelotas de costumbre promueven para seguir cerca del ídolo temporal. Han el
favor, quien tenga potestad para ello de hacérselo saber y de paso le dicen,
que me pareció merecido el premio, y a mí me apasiona el fútbol jugado y
disfrutado por elegantes, no por clones de ciervos berreantes..
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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