Juanito, una vez más,
genio, figura y piloto
Sí, el mismo protagonista de aquella velada en Los Poyos con
una clase de compraventa de muelas postizas, regresó a mi recuerdo. Y esta vez a lomos de una
persecución que ya quisieran para sí los detectives peliculeros de la pequeña o
gran pantalla. Veréis. Resulta que el insigne Juanito tenía dos especiales
querencias: la fiesta y los Toyota Corolla. Y cuando decidía juntar a ambos
protagonistas el guión de un nuevo episodio nacía hacia un final imprevisto
pero sin duda espectacular. Meses atrás, uno de color azul decidió fusionarse
con un pino del Pozuelo en un regreso accidentado a su morada. Allí, aquel
Toyota, compartió durante semanas espacios y solanas con aliagas, romeros y carrascas
a la espera de su rescate. Evidentemente se imponía un sucesor y así fue. Esta
vez de color gris plateado y por supuesto ignorante del final semejante que le
esperaba. La cuestión estuvo en que cuando Juanito emprendió un nuevo regreso
nocturno se vio perseguido por la benemérita que estaba al acecho en su ímproba
labor de controles alcohólicos. Visto lo mal que pintaba el asunto y conocedor
de sus dotes de piloto, pisó el acelerador a fondo y la persecución tomó vida. Dada la
estrechez de la carretera y la posibilidad de cruce de algún jabalí, el coche
perseguidor decidió desistir y dejarle marchar. Este, no fiándose en exceso de
tal rendición, encaminó sus ruedas hacia rutas sin asfaltar que conocía
sobradamente sin aminorar la marcha. Y allá se produjo el segundo contratiempo.
Empotró de nuevo el nuevo vehículo y decidió surcar el monte hacia su casa.
Plácidamente dormido, un toque de timbre le despertó a las nueve de la mañana.
El guardia civil en cuestión venía a levantar un atestado amigable para
recriminarle su actitud nocturna de horas antes. Y él ni corto ni perezoso,
aseguró no haber faltado de su casa en todas esas horas. Al darle datos sobre
el coche en cuestión, juró que lo tenía en su garaje de San Blas y que por
supuesto se lo iba a demostrar inmediatamente. Se dejaron guiar calle abajo y
nada más abrir las puertas, ante la nula presencia del coche, antes de que los
agentes preguntasen, él les espetó un “me lo han robado ”. A duras penas
pudieron contener la risa ante semejante puesta en escena tan increíble como
digna de aplauso. Vista la situación y
conociendo la bondadosa picardía de Juanito, dieron por válida la cuestión a cambio
de que no presentase denuncia de robo. El cómo logró traer el vehículo desde el
aparcamiento montés, nadie lo sabe. Lo que sí está claro es que dentro de aquel
cuerpo menudo habitaba un piloto de rallyes vestido con un mono de picardía que
tanto se echa de menos y tan gratos recuerdos sigue proporcionando.
Jesús(defrijan)
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