Sicilia (capítulo
2º)
Intentaré
describir a Pedro intentando que los detalles sean lo suficientemente
explícitos como para haceros una idea exacta. Sus casi dos metros de altura se
coronaban con una serie de canas aleatoriamente distribuidas sobre una cabeza
que ya hubiesen querido para sí los más ilustres pensadores de la Magna Grecia
a la que nos dirigíamos. Una mirada custodiada por una montura de pasta entre
granate y rojiza contribuía al misterio que se esparció desde la misma sala de
embarque aquella mañana de martes. Mitad timidez, mitad respeto a lo
desconocido, no me atreví a presentar mis credenciales a quien sin duda
representaba el icono vivo de un notario acostumbrado a desmenuzar legados
inescrutables a los comunes entre los que me sentía. La camisa de cuadros
azules y blancos intentaban darle un toque de campechanía y el descenso hacia
su cintura se escalonaba en unos pantalones granates lo suficientemente
planchados después de haber viajado caso doscientos kilómetros en microbús
desde Alicante como luego supe. A sus pies, la primera sorpresa. Unos mocasines
rojos buscaban la intermediación de sus dedos entre el blanco impoluto de unos
calcetines blancos coronados por dos rayas rojas que le daban un toque
sutilmente atlético disconforme con el resto. Y como colofón, un bolso de
quince por quince colgado de su cuello a modo de escapulario mariano en el que
se suponían guarnecidos sus documentos. Era de los pocos que viajaban solos y
no parecía tener intenciones de dejar de estarlo. Y más cuando al cabo de los
kilómetros, la fantasía de sus argumentos salió a la luz. Dijo ser notario de
traducciones a las que dar validez. Dijo también tener su corazón ocupado por
una funcionaria de la que seguimos desconociendo nombre, fotografía o destino
laboral. Dimos por válida la versión de su proyecto hacia un futuro viaje al
que quiso apuntarnos a los más cercanos y las dudas surgieron ante su
indecisión entre San Petesburgo, Cuba, Marruecos, y algún que otro confín por
descubrir. Sus previsiones sobre el vestuario no tuvieron en cuenta la
idoneidad de las bermudas y se vio obligado a repetir durante siete días
aquellas que seguro por descuido cayeron en su maleta. Serio con algún toque
picarón, compartió mesa, bollos, raviolis, macarrones, rissotos con aquellos
que conseguimos sacarle alguna sonrisa picarona ante la posibilidad de una
despedida de soltero en el Malecón de La Habana. Puede que en realidad se
estuviese burlando de nosotros y no nos diésemos cuenta. Lo que sí os aconsejo
es que si necesitáis de un certificado que dé fe de una traducción verídica,
intentéis localizarlo. Puede que sus mocasines os den la pista y si no es
suficiente, id subiendo hasta la cintura. No tendréis pérdida.
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