jueves, 30 de julio de 2015


      Sicilia (capítulo 2º)

Intentaré describir a Pedro intentando que los detalles sean lo suficientemente explícitos como para haceros una idea exacta. Sus casi dos metros de altura se coronaban con una serie de canas aleatoriamente distribuidas sobre una cabeza que ya hubiesen querido para sí los más ilustres pensadores de la Magna Grecia a la que nos dirigíamos. Una mirada custodiada por una montura de pasta entre granate y rojiza contribuía al misterio que se esparció desde la misma sala de embarque aquella mañana de martes. Mitad timidez, mitad respeto a lo desconocido, no me atreví a presentar mis credenciales a quien sin duda representaba el icono vivo de un notario acostumbrado a desmenuzar legados inescrutables a los comunes entre los que me sentía. La camisa de cuadros azules y blancos intentaban darle un toque de campechanía y el descenso hacia su cintura se escalonaba en unos pantalones granates lo suficientemente planchados después de haber viajado caso doscientos kilómetros en microbús desde Alicante como luego supe. A sus pies, la primera sorpresa. Unos mocasines rojos buscaban la intermediación de sus dedos entre el blanco impoluto de unos calcetines blancos coronados por dos rayas rojas que le daban un toque sutilmente atlético disconforme con el resto. Y como colofón, un bolso de quince por quince colgado de su cuello a modo de escapulario mariano en el que se suponían guarnecidos sus documentos. Era de los pocos que viajaban solos y no parecía tener intenciones de dejar de estarlo. Y más cuando al cabo de los kilómetros, la fantasía de sus argumentos salió a la luz. Dijo ser notario de traducciones a las que dar validez. Dijo también tener su corazón ocupado por una funcionaria de la que seguimos desconociendo nombre, fotografía o destino laboral. Dimos por válida la versión de su proyecto hacia un futuro viaje al que quiso apuntarnos a los más cercanos y las dudas surgieron ante su indecisión entre San Petesburgo, Cuba, Marruecos, y algún que otro confín por descubrir. Sus previsiones sobre el vestuario no tuvieron en cuenta la idoneidad de las bermudas y se vio obligado a repetir durante siete días aquellas que seguro por descuido cayeron en su maleta. Serio con algún toque picarón, compartió mesa, bollos, raviolis, macarrones, rissotos con aquellos que conseguimos sacarle alguna sonrisa picarona ante la posibilidad de una despedida de soltero en el Malecón de La Habana. Puede que en realidad se estuviese burlando de nosotros y no nos diésemos cuenta. Lo que sí os aconsejo es que si necesitáis de un certificado que dé fe de una traducción verídica, intentéis localizarlo. Puede que sus mocasines os den la pista y si no es suficiente, id subiendo hasta la cintura. No tendréis pérdida.        

 

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