Aquella inolvidable mona
de Pascua (capítulo 1º)
- Era y sigue siendo costumbre celebrar la mona de Pascua el
domingo de Resurrección a modo de catarsis vengativa ante el ayuno (¿) y
abstinencia(¿) que el Evangelio exigía y pocos cumplíamos. De ahí que ese
domingo, desde primera hora de la mañana, tras la misa y procesión del Encuentro, todos los amigos preparásemos las
viandas para irnos a disfrutar de un día de campo. Las opciones en Enguídanos
eran y siguen siendo tan variadas que no era problema tomar cualquiera de ellas
para gozar del día. De modo que con el transcurrir de los años, el mulo de
carga que nos ayudaba en el traslado fue dando paso a los vehículos motorizados que dormían plácidamente en los
garajes de los padres. Y aquel año el
grupo de amigos se había ampliado de tal modo que se hizo necesario el rescate
de alguna joya de cilindrada dormida. Entre un 4L, un Seat 1400 y una Derbi de 49, prácticamente en un
solo viaje nos embarcamos hacia el Pozuelo en donde el señor Julio dejó su
huella como forestal en forma de parque de Icona. La caseta, las barbacoas, la
piscina, todo casi a estrenar y a escasos metros de la carretera que une con Campillo. Adosado,
un simulacro de campo de fútbol del que huyeron las aliagas para regresar años
después. Debido al luto eclesiástico, las bodas que se planificaban debían
aguardar turno a ese mismo domingo y a tal efecto las celebraciones se llevaban
a cabo en el salón LorenLu de tan gratos recuerdos. Y este año no iba a ser
menos, o para ser más exactos, iba a ser impredecible. La cuestión estuvo en
que mientras accedíamos al recinto natural y esparcíamos los enseres a la
espera de comenzar el festín, la misa de doce vio casar a dos parejas que
emprenderían el camino hacia el restaurante horas después. Y mientras, no
sabría decir a quién, se le ocurrió plantar una aduana a la altura del parque
en forma de potros de pino que el bueno del señor Julio diseñó. Así que ambos
caballitos de pincarrasco ocuparon la calzada y sobre ellos, casi todos
nosotros subidos a modo de agentes fronterizos pertrechados con almuerzo que
ofrecer a los invitados que pasarían en breves minutos por allí. La parada se
hacía obligatoria y la risa cómplice estaba invitada a la fiesta. Las brasas ya ardían, las cervezas menguaban y
la llegada se presumía próxima. Y así fue. Solo que en vez del autobús de
Jesús, aparecieron dos coches a los que la prisa les urgía por regresar a
Valencia y evitarse la operación retorno. Al vernos, en vez de frenar,
aceleraron y ahí el guion cambió de ruta, vaya si cambió (…..continuará)
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