lunes, 6 de julio de 2015


Las almendras amargas

La noche se aventuraba tan bochornosa como de costumbre en  todos los meses de Julio. El verano había llegado y con él el nuevo ciclo de finalizaciones de ciclo. Todo giraba al compás que creía correctamente engrasado en la noria que un día soñase como vida. Sí, solía ser la respuesta que se daba frente al espejo cada noche en la que el desvelo acudía a hacerle compañía. Un sí que hacía tiempo había adoptado unas escalas de intensidad menores a las que siempre quiso llegar desde las esperanzas adolescentes. Sí, efectivamente, lo era. Era feliz y el reflejo hablaba desde el otro lado del cristal mientras unos tabiques más allá, lo que ayer fueron ilusiones, se desvanecían  entre las sábanas de la indiferencia. Sí, efectivamente era quien más había puesto y se daba por contenta con lo recibido. Miraba a su alrededor y todo lo que observaba eran restos de vestidos de princesas a  las que se negaba a compadecer. Y lo hacía para no verse encorsetada en uno de ellos que apenas le dejaba respirar. Sí, efectivamente, lo era. Era tan feliz que no podía imaginar nada más allá de lo que la norma no escrita y asumida diese por válido. Las obligaciones habían extendido su marea hasta las ensoñaciones y el muro de la conveniencia se alzó desde no sabía cuándo. Se dejaba llevar intentando aparentar una normalidad que no era normal y así soñaba con la llegada de la noche para dejarse llevar. Toda obligación había ocupado su puesto y ahora los únicos  testigos de sus sueños eran aquellos toldos amarillentos que desde la acera de enfrente la intentaban sonreír. Encendía un cigarro y entre las volutas azules intentaba trazar a la noche círculos para que se fuesen convirtiendo en corazones a los que poner nombre.  Sabía que más allá de la locura que suponía el dejarse llevar estaba la cordura del quererse dejar  llevar. Repasó miradas, revivió sonrisas, renació a la verdad.  Quiso imaginar que dentro de unos minutos, en cuanto las horas sumasen doce, de nuevo la carroza seguiría siendo carroza para darle vida a la fantasía. Apagó el cigarro y llegando a la cocina la vista se dirigió a las almendras recién traídas. No pudo resistir la tentación y probó una. Una vez más  la verdad salía a flote. El sabor amargo de la misma la vino a sacar del sueño que una noche más, como tantas noches más, sonaba a falsa realidad por más que intentase negarlo

 

Jesús(defrijan)      

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