Las almendras amargas
La noche se aventuraba tan bochornosa como de costumbre en todos los meses de Julio. El verano había
llegado y con él el nuevo ciclo de finalizaciones de ciclo. Todo giraba al
compás que creía correctamente engrasado en la noria que un día soñase como
vida. Sí, solía ser la respuesta que se daba frente al espejo cada noche en la
que el desvelo acudía a hacerle compañía. Un sí que hacía tiempo había adoptado
unas escalas de intensidad menores a las que siempre quiso llegar desde las
esperanzas adolescentes. Sí, efectivamente, lo era. Era feliz y el reflejo
hablaba desde el otro lado del cristal mientras unos tabiques más allá, lo que
ayer fueron ilusiones, se desvanecían entre
las sábanas de la indiferencia. Sí, efectivamente era quien más había puesto y
se daba por contenta con lo recibido. Miraba a su alrededor y todo lo que
observaba eran restos de vestidos de princesas a las que se negaba a compadecer. Y lo hacía
para no verse encorsetada en uno de ellos que apenas le dejaba respirar. Sí,
efectivamente, lo era. Era tan feliz que no podía imaginar nada más allá de lo
que la norma no escrita y asumida diese por válido. Las obligaciones habían
extendido su marea hasta las ensoñaciones y el muro de la conveniencia se alzó
desde no sabía cuándo. Se dejaba llevar intentando aparentar una normalidad que
no era normal y así soñaba con la llegada de la noche para dejarse llevar. Toda
obligación había ocupado su puesto y ahora los únicos testigos de sus sueños eran aquellos toldos
amarillentos que desde la acera de enfrente la intentaban sonreír. Encendía un
cigarro y entre las volutas azules intentaba trazar a la noche círculos para que
se fuesen convirtiendo en corazones a los que poner nombre. Sabía que más allá de la locura que suponía el
dejarse llevar estaba la cordura del quererse dejar llevar. Repasó miradas, revivió sonrisas,
renació a la verdad. Quiso imaginar que
dentro de unos minutos, en cuanto las horas sumasen doce, de nuevo la carroza
seguiría siendo carroza para darle vida a la fantasía. Apagó el cigarro y
llegando a la cocina la vista se dirigió a las almendras recién traídas. No
pudo resistir la tentación y probó una. Una vez más la verdad salía a flote. El sabor amargo de la
misma la vino a sacar del sueño que una noche más, como tantas noches más,
sonaba a falsa realidad por más que intentase negarlo
Jesús(defrijan)
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