viernes, 31 de julio de 2015


         Sicilia(capítulo 3º)

No sólo Palermo se nos abrió desde sus puertas a los recién llegados sino que de la mano de Alejandra fuimos destilando las innumerables posibilidades que la ciudad ofrecía. Más allá de lo meramente turístico, a modo de experiencia hermosa, visitamos la sala de las marionetas de Enzo Mancuso. Una habitación acogedora en la calle frontal a la catedral y sobre la que unos bancos de madera aportaban ese sabor a añejo que la industria aún no ha fagocitado. Sobre las paredes, las marionetas a la espera de su turno clavando su mirada en cada uno de nosotros que regresábamos a la inocencia de la niñez. A la izquierda del escenario una fotografía mostraba al fundador de la dinastía de marionetistas acompañado de su nieto que ejerce de director de la misma.  Custodiando a la reproducción, una armadura vigilante desde su yelmo recontando rictus alegres e ilusionados de los allí presentes. Sobre el escenario, siete sucesivos telones que ascenderían acompasando a las escenas que hablaban de disputas amorosas entre dos caballeros de la corte de Carlomagno. El duelo que mantenían por conseguir la aprobación de Angélica era hábilmente dirigido desde las cuerdas que mostraban pulsos firmes a un metro de altura capaces de sustentar los casi quince kilos de peso de cada figura y darles vida. Batallas cristiano sarracenas se intercalaban a modo de cúmulos de méritos para los contendientes que al final tuvieron….No, no revelaré el final de la leyenda por expreso deseo del director que antes de empezar la actuación nos puso el libreto en los oídos.  Una hora de sudores merecedores de aplauso dieron paso a la tormenta que los sofocos previos anunciaban. La calle se convirtió en una cascada y el atrio de la Catedral en refugio improvisado al que acudieron los vendedores callejeros de paraguas en busca de compradores.  El asfalto humeaba y los vapores daban cuenta de cómo las piedras habían soportado estoicamente nuestro paso. Ya por la mañana, durante la visita a Monreale, desde el claustro de los benedictinos  supimos distinguir un cielo azulado que decidió guiarnos hasta el monte Pellegrino  en pos de Santa Rosalía allí venerada. La plaza de la vergüenza daba testimonio de la que supuestamente sintieron aquellas monjas que vieron erigirse unas estatuas desnudas frente a su convento. Un poco más allá, la plaza de los Cuatro Cantones actuando de cruz orientadora para quienes nos envolvíamos en el barroco siciliano y lo estábamos gozando.  No dejo de pensar que  la espalda y extremidades de cada uno de nosotros llevaba unas cuerdas que la propia Alejandra movía a su antojo como sólo es capaz de hacer quien está enamorada de la isla que muestra intentando que no se le note demasiado.     
 
Jesús(defrijan)

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