Sicilia(capítulo 3º)
No sólo Palermo se nos abrió desde sus puertas a los recién
llegados sino que de la mano de Alejandra fuimos destilando las innumerables
posibilidades que la ciudad ofrecía. Más allá de lo meramente turístico, a modo
de experiencia hermosa, visitamos la sala de las marionetas de Enzo Mancuso.
Una habitación acogedora en la calle frontal a la catedral y sobre la que unos
bancos de madera aportaban ese sabor a añejo que la industria aún no ha
fagocitado. Sobre las paredes, las marionetas a la espera de su turno clavando
su mirada en cada uno de nosotros que regresábamos a la inocencia de la niñez.
A la izquierda del escenario una fotografía mostraba al fundador de la dinastía
de marionetistas acompañado de su nieto que ejerce de director de la
misma. Custodiando a la reproducción,
una armadura vigilante desde su yelmo recontando rictus alegres e ilusionados
de los allí presentes. Sobre el escenario, siete sucesivos telones que
ascenderían acompasando a las escenas que hablaban de disputas amorosas entre
dos caballeros de la corte de Carlomagno. El duelo que mantenían por conseguir
la aprobación de Angélica era hábilmente dirigido desde las cuerdas que
mostraban pulsos firmes a un metro de altura capaces de sustentar los casi
quince kilos de peso de cada figura y darles vida. Batallas cristiano
sarracenas se intercalaban a modo de cúmulos de méritos para los contendientes
que al final tuvieron….No, no revelaré el final de la leyenda por expreso deseo
del director que antes de empezar la actuación nos puso el libreto en los
oídos. Una hora de sudores merecedores
de aplauso dieron paso a la tormenta que los sofocos previos anunciaban. La
calle se convirtió en una cascada y el atrio de la Catedral en refugio
improvisado al que acudieron los vendedores callejeros de paraguas en busca de
compradores. El asfalto humeaba y los
vapores daban cuenta de cómo las piedras habían soportado estoicamente nuestro
paso. Ya por la mañana, durante la visita a Monreale, desde el claustro de los
benedictinos supimos distinguir un cielo
azulado que decidió guiarnos hasta el monte Pellegrino en pos de Santa Rosalía allí venerada. La
plaza de la vergüenza daba testimonio de la que supuestamente sintieron
aquellas monjas que vieron erigirse unas estatuas desnudas frente a su
convento. Un poco más allá, la plaza de los Cuatro Cantones actuando de cruz
orientadora para quienes nos envolvíamos en el barroco siciliano y lo estábamos
gozando. No dejo de pensar que la espalda y extremidades de cada uno de
nosotros llevaba unas cuerdas que la propia Alejandra movía a su antojo como
sólo es capaz de hacer quien está enamorada de la isla que muestra intentando
que no se le note demasiado.
Jesús(defrijan)
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