lunes, 13 de julio de 2015


Aquella inolvidable mona de Pascua  (capítulo 3º)

Así  estaba  relatando los pormenores de lo que no pasaba de ser un acto divertido que no supieron entender aquellos dos conductores cuando llegaron esos clones de Diógenes en  lamentable estado.  Entre risas entonaron el   “Quiero ser libre” de Los Chichos mirando con turbulencias a los agentes. Uno hacía con lo que le quedaba de voz acordes guitarreros mezclados con percusiones. El otro se jaleaba a sí mismo haciendo coros y solos. Y ambos directos por la pasarela que los pinos sombreaban hacia los recién llegados a los que cantarles sus melodías. La osadía, los desafinados  y el atuendo poco importaban a quienes iban sobrados de valor e inconsciencia desde el momento mismo en el que se subieron a la Derbi aquella mañana.   Supongo que daban por sentado que acabaríamos entre rejas y el furor de la rumba suplicante venía en su auxilio. Los escasos argumentos de los que disponía para ser usados a nuestro favor desaparecieron al instante. Miré hacia mis muñecas y unas esposas imaginarias empezaban a trenzarse a modo de pulseras domingueras de resurrección imprevista. No contentos con entonar la melodía, uno de ellos, sujetaba con una mano el sayón mantero para que  no quedasen  al descubierto  sus atributos y  con la otra mano ofrecía  unos puros a modo de camaradería  que evidentemente rechazaron. Como también rechazaron el exprimir la bota de vino que acarreaba  sobre sus hombros el segundo de los emisarios no llamados a cónclave. Mientras el guardia con gorra de plato y cinta roja nos recontaba, otro de ellos nos conminaba a ser más comedidos con la celebración ya que su misión en este domingo se alejaba bastante de redactar un atestado a cuarenta y pico jóvenes. Quiero pensar que por alguna de sus imágenes calladas aparecieron sus tiempos de edad similar a la nuestra y la compasión y comprensión se alió con nosotros. Tras varias  promesas de  no volver a reincidir en actos semejantes  se despidieron mientras allá, a unos treinta metros, un nuevo nadador involuntario surcaba las aguas de aquella balsa y la sartén de conejo frito daba otra vuelta entre los ya saciados.  Una vez vista la matrícula trasera del todo terreno, salió de entre el gentío el  aguerrido recluta intentando justificar su huida que di por válida.  Y ya cuando la tarde estaba en su punto más álgido, alguien lanzó el mensaje al viento de  “no hemos felicitado a los novios”.  A diez kilómetros estarían trinchando la tarta ya y seguro que la llegada de una tuna como  la que íbamos a montar inmediatamente sería bien recibida.

 

Jesús(defrijan)   

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