Aquella inolvidable mona
de Pascua (capítulo 3º)
Así estaba relatando los pormenores de lo que no pasaba
de ser un acto divertido que no supieron entender aquellos dos conductores
cuando llegaron esos clones de Diógenes en
lamentable estado. Entre risas
entonaron el “Quiero ser libre” de Los
Chichos mirando con turbulencias a los agentes. Uno hacía con lo que le quedaba
de voz acordes guitarreros mezclados con percusiones. El otro se jaleaba a sí
mismo haciendo coros y solos. Y ambos directos por la pasarela que los pinos
sombreaban hacia los recién llegados a los que cantarles sus melodías. La
osadía, los desafinados y el atuendo
poco importaban a quienes iban sobrados de valor e inconsciencia desde el
momento mismo en el que se subieron a la Derbi aquella mañana. Supongo que daban por sentado que acabaríamos
entre rejas y el furor de la rumba suplicante venía en su auxilio. Los escasos
argumentos de los que disponía para ser usados a nuestro favor desaparecieron
al instante. Miré hacia mis muñecas y unas esposas imaginarias empezaban a
trenzarse a modo de pulseras domingueras de resurrección imprevista. No
contentos con entonar la melodía, uno de ellos, sujetaba con una mano el sayón
mantero para que no quedasen al descubierto
sus atributos y con la otra mano
ofrecía unos puros a modo de camaradería que evidentemente rechazaron. Como también
rechazaron el exprimir la bota de vino que acarreaba sobre sus hombros el segundo de los emisarios
no llamados a cónclave. Mientras el guardia con gorra de plato y cinta roja nos
recontaba, otro de ellos nos conminaba a ser más comedidos con la celebración
ya que su misión en este domingo se alejaba bastante de redactar un atestado a
cuarenta y pico jóvenes. Quiero pensar que por alguna de sus imágenes calladas
aparecieron sus tiempos de edad similar a la nuestra y la compasión y
comprensión se alió con nosotros. Tras varias promesas de
no volver a reincidir en actos semejantes se despidieron mientras allá, a unos treinta
metros, un nuevo nadador involuntario surcaba las aguas de aquella balsa y la
sartén de conejo frito daba otra vuelta entre los ya saciados. Una vez vista la matrícula trasera del todo
terreno, salió de entre el gentío el
aguerrido recluta intentando justificar su huida que di por válida. Y ya cuando la tarde estaba en su punto más
álgido, alguien lanzó el mensaje al viento de “no hemos felicitado a los novios”. A diez kilómetros estarían trinchando la
tarta ya y seguro que la llegada de una tuna como la que íbamos a montar inmediatamente sería
bien recibida.
Jesús(defrijan)
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