viernes, 3 de julio de 2015


Las jacarandas

Costean las inexistentes aguas del antiguo cauce y a modo de guías violetas encaminan tus pasos hacia las sombras. No discuten con los eucaliptos por el terreno a ocupar ni pleitean con los pinos que arrogantes exhiben sus raíces. Hacen huecos a los chopos para dejarles depositar sus descascarilladas pieles al paso de las horas. Ellas, las jacarandas, sencillamente están ahí sorbiendo del verdor que se extiende a sus pies y alfombran sus miradas. La caducidad de sus flores nos habla de la brevedad del instante mágico en el que te arropan sin tú saberlo porque tantas cosas circulan  por tu mente que ya has dejado en el rincón del olvido lo importante. Has decidido apostar por lo que catalogan de tangible y te niegas a reconocer el error. La humedad de la mañana es tan artificial que ni siquiera te planteas el gritarlo a los cuatro vientos. Puede que en el mejor de los casos el cordón umbilical de tu pensamiento trence un lazo con el de tu sentimiento a través de la melodía que va provocándote cantos de sirenas varadas en el Egeo de las ondas. Y todo te parecerá asumible desde la asunción del gris. Hasta que pares y decidas dar la vuelta y entonces te la encuentres de frente. Vieron  tu paso y guardaron silencio cerrando pudorosas  las corolas que insistían en gritarte verdades. Saben que no deben  añadir daño a lo ya dañado y por eso se limitarán a sonreírte cuando emprendas el camino de regreso   intentando que no veas en ellas un signo de complicidad que las delatasen. Quizás tengas  la suerte de pasar a un ritmo suficientemente rápido para no ver lo que eres incapaz de ver. Pero lo que no podrás evitar será pensar que las flores que tapizan de violeta tu vuelta no son más que sollozos expresos de aquellas que se compadecen  de ti y lloran flores en tu nombre. El resto, poco importará, porque nada importa tanto como saber que el camino de la dicha lo traza el deseo de conseguirla. De todo ello saben  sobradamente estas  jacarandas  que  siguen  costeando tu paso sobre las inexistentes aguas de un cauce que ya se secó y el polvo intenta infructuosamente hacer suyo.   

Jesús(defrijan)

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