Las fechas caducas
Allá, en lo alto de
la estantería, en el rincón de la izquierda dormían. Eran cuatro y el cartón de
sus muros no había sufrido en demasía los efectos del paso del tiempo. En ellas,
las caligrafías de quienes la pretendieron, seguían dando muestra de sus
esperanzas no cumplidas. Y ella, como diosa soberana, tuvo a bien librarlas del
tormento que hubiese supuesto el abandono al fuego. Guardaba para sí el perfil de quienes llenaron
de suspiros sus noches a la espera de que la vela permaneciese a su lado como
compañera creíble. Muchos sabían de la imposibilidad y en ella se subieron para
navegar hacia la utopía de tenerla. Tuvieron la paciencia que suele acompañar
al derrotado de antemano a sabiendas de que el imposible se anudaba a su pecho.
Magnánima, ella, supo usar de la tibieza en el no para no añadir dolor a aquellos
juglares de las líneas. Sabía que el púlpito desde el que se situaba era tan
inaccesible que no quiso pecar de soberbia y así, aquellas misivas escritas a
fuego, fueron depositándose como credenciales de embajadores enamorados. El
tiempo fue dilatándose y con él los matasellos tomaron aposento dando
testimonio de su paso más allá de la cordura que repudia el sentimiento. Habían
pasado tantos años, que llegaron a convertirse en meros elementos decorativos a
los que perdonar su estancia en las fisuras del recuerdo. Únicamente, cada vez
que el desencanto llamaba a su puerta, una mirada de soslayo era enviada hacia
aquellas que en blanco y negro ocultaban el ayer. Y entonces la pregunta sin
respuesta surgía a modo de redentora de imposibles. Poco importaba si su sueño
divagaba si llegaba a los rostros de
quienes la quisieron de aquel modo. Racionalmente feliz, se consolaba mirando a
su alrededor en el consuelo de no ser la única que el gris mecía. Las arenas
esculpidas de sus huellas daban testimonio del conformismo y el rictus de sus
labios viraba de rumbo con los latidos nacientes. Esa mañana, tras una noche más de
desencuentros, con la taza de café humeante en sus manos, alzó la vista y
percibió lo que tantas veces supo y no quiso ver. En el reverso de las cartas
que nunca le llegaron estaban escritas las fechas de caducidad que siempre
ignoró. Sus húmedos se abrieron al horizonte y los almendros en flor le besaron
las mejillas.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario