El kebab
Es lo que tiene la globalización, que acabas asimilando cualquier
tipo de comidas pertenecientes a otros confines y pasan a serte comunes. No es que resulte especialmente atractivo ver
desembarcar del furgón a ese símil de obús cárnico convenientemente precintado
con el plástico, no. En principio parecería que ante tus ojos hacen su
presentación unos supositorios inmensos a los que no acabas de dar destino. El
paso siguiente consistirá en ver desfilar hacia la parrilla vertical a
semejante artefacto que sabe de su
caldeamiento inmediato a la más mínima petición del observador aposentado en el
taburete. Y con toda la parsimonia que el ritual exige, el fogonero prenderá
las llamas azules para dar buena cuenta de semejante embutido. El eje girará lentamente a la vez
que unas cuchillas van desmenuzando al rulo que rezuma galipote. Toda la
profesionalidad del mundo unida a una piel cetrina de mirada sonriente que no
sabes si te está compadeciendo o felicitando ante lo que te espera. Poco a poco
irán cayendo las migajas de carne y entonces, mientras esperas que escampe, la
pregunta llegará a ti. No sabrás responder de qué está hecho por más instinto
olfativo que quieras lucir. Aquel apelmazamiento a modo de tótem no se abrirá a
manifestarse sus entrañas y será mejor que no insistas. Dada tu poca maestría
en la degustación darás sucesivas afirmaciones a quien te pregunta si le añade
tal o cual ingrediente. Y allí depositará especias, salsas, verduras, en una macedonia
festiva que busca prender tu tubo digestivo. Por más que pienses en comértelo
allí mismo, comprobarás que es envuelto en un papel de aluminio y creerás que
no te entendió, que pensabas tomártelo
sin desplazarte y no se dio cuenta. No, no es ese el motivo. Ignorante del proceso, deslías el envoltorio
y allí empieza la primera sorpresa. Todo tu antebrazo se convierte en un río
lechoso por el que discurren los fluidos del canelón turco. La pelea
establecida entre no mancharte y degustarlo está abierta. El goteo sobre tu
ropa se ve imposible de evitar y a la par, el horno que ignorabas, acaba de
encenderse en tu esófago. Ni el pan de pita es capaz de sosegar tal ignición y
más pronto que tarde concluyes la degustación. Pero, y aquí el postre, la noche toledana que ni sospechabas se cierne
sobre ti. Serás coronado como monarca del paladar intercultural y el trono
jugará contigo desde el silencio cómplice de los grifos próximos. Lo de la
acidez de la mañana siguiente será perdonable porque al fin has sabido de los
efectos del kebab. Eso sí, no insistas
en buscar los componentes cárnicos que ya has tenido explicación suficiente.
Jesús(defrijan)
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