viernes, 10 de julio de 2015


El kebab

Es lo que tiene la globalización, que acabas asimilando cualquier tipo de comidas pertenecientes a otros confines y pasan a serte comunes.  No es que resulte especialmente atractivo ver desembarcar del furgón a ese símil de obús cárnico convenientemente precintado con el plástico, no. En principio parecería que ante tus ojos hacen su presentación unos supositorios inmensos a los que no acabas de dar destino. El paso siguiente consistirá en ver desfilar hacia la parrilla vertical a semejante artefacto  que sabe de su caldeamiento inmediato a la más mínima petición del observador aposentado en el taburete. Y con toda la parsimonia que el ritual exige, el fogonero prenderá las llamas azules para dar buena cuenta de semejante  embutido. El eje girará lentamente a la vez que unas cuchillas van desmenuzando al rulo que rezuma galipote. Toda la profesionalidad del mundo unida a una piel cetrina de mirada sonriente que no sabes si te está compadeciendo o felicitando ante lo que te espera. Poco a poco irán cayendo las migajas de carne y entonces, mientras esperas que escampe, la pregunta llegará a ti. No sabrás responder de qué está hecho por más instinto olfativo que quieras lucir. Aquel apelmazamiento a modo de tótem no se abrirá a manifestarse sus entrañas y será mejor que no insistas. Dada tu poca maestría en la degustación darás sucesivas afirmaciones a quien te pregunta si le añade tal o cual ingrediente. Y allí depositará especias, salsas, verduras, en una macedonia festiva que busca prender tu tubo digestivo. Por más que pienses en comértelo allí mismo, comprobarás que es envuelto en un papel de aluminio y creerás que no te entendió, que pensabas tomártelo  sin desplazarte y no se dio cuenta. No, no es ese el motivo.  Ignorante del proceso, deslías el envoltorio y allí empieza la primera sorpresa. Todo tu antebrazo se convierte en un río lechoso por el que discurren los fluidos del canelón turco. La pelea establecida entre no mancharte y degustarlo está abierta. El goteo sobre tu ropa se ve imposible de evitar y a la par, el horno que ignorabas, acaba de encenderse en tu esófago. Ni el pan de pita es capaz de sosegar tal ignición y más pronto que tarde concluyes la degustación. Pero, y aquí el postre,  la noche toledana que ni sospechabas se cierne sobre ti. Serás coronado como monarca del paladar intercultural y el trono jugará contigo desde el silencio cómplice de los grifos próximos. Lo de la acidez de la mañana siguiente será  perdonable porque al fin has sabido de los efectos del kebab. Eso  sí, no insistas en buscar los componentes cárnicos que ya has tenido explicación suficiente.

 

Jesús(defrijan)     

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