jueves, 16 de julio de 2015


Quítate tú, pa ponerme yo

Era el título de aquella famosa melodía que los artistas de la Fania  interpretaban en el escenario improvisando sones con los que replicar al que les precedía en el turno. Y eso mismo debió escuchar desde bien jovencito Marc Anthony para hacerlo realidad en la cálida noche de ayer. Tras hacernos esperar media hora como estrella que se precie, la percusión y los metales anunciaron su himno en el que pregonaba que valía la pena estar allí. Los primeros acordes ya eran seguidos por los miles de aficionados  que ocupábamos más de medio estadio, que por una vez, olvidó las redes, los balones y los puntos de penalti. Una puesta en escena espectacular seguida de un sonido sin fallos daban muestra de la profesionalidad  de toda la troupe y los focos de luz no hacían más que ser comparsas de los ritmos calientes. Los asientos sobraban porque pocos permanecieron de pie y las luces de los teléfonos móviles ejercían de mecheros luminosos para iluminar el evento. Entre tanta algarabía, un constante trasiego de hombres camellos cerveceros dispuestos a aliviar los sudores que no eran pocos.  La Avenida de Suecia ya daba muestras de las horas previas en el sembrado de residuos que acumulaba y en el interior no iba a ser menos. Sobre el escenario, él, el sucesor por derecho de Héctor Lavoe, no solo dirigía su garganta sino que también emulaba a Johnny Pacheco en sus gesticulaciones como director de orquesta y a fe que lo hacía fenomenalmente bien. De repente  cesa su voz y el violinista desciende de su puesto e interpreta un guaguancó que jamás hubiese sospechado   Stradivari al construir sus afamados instrumentos.  Minutos de bocas abiertas y caderas danzantes. La fiesta seguía  y entre las melodías aparecieron aquellas que invitaban a volar muy lejos, o las que preguntaban por el precio del cielo mientras los coros hacían el eco desde las gradas. Un nuevo momento de sorpresa llegó cuando se entabló un diálogo de percusiones entre el timbalero y el batería. Yo que tuve la fortuna de ver actuar en vida a Tito Puente, estoy convencido que desde allá arriba sonreía  ante tan gran sucesor  aventajado en el uso de las baquetas; sencillamente, sublime. Que la versión de Perales en la que se pregunta por la identidad del amante saliese a escena, era tan previsible como bien recibida. Mezclar dolor por el abandono con salsa rítmica no dejaba de ser un buen ungüento. Y así, poco a poco  la madrugada se abría paso a la misma velocidad que se agotaban las bebidas y Marc  Anthony nos invitaba a vivir la vida.  Si llega la ocasión de asistir sería aconsejable no dejarlo pasar, pero eso sí, procurad no sacar entrada de asiento; no podréis usarlo porque el ritmo os mantendrá  de pie todo el tiempo, ya lo veréis.

  Jesús (defrijan)

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