Quítate tú, pa ponerme yo
Era el título de aquella famosa melodía que los artistas de
la Fania interpretaban en el escenario
improvisando sones con los que replicar al que les precedía en el turno. Y eso
mismo debió escuchar desde bien jovencito Marc Anthony para hacerlo realidad en
la cálida noche de ayer. Tras hacernos esperar media hora como estrella que se
precie, la percusión y los metales anunciaron su himno en el que pregonaba que
valía la pena estar allí. Los primeros acordes ya eran seguidos por los miles
de aficionados que ocupábamos más de
medio estadio, que por una vez, olvidó las redes, los balones y los puntos de penalti.
Una puesta en escena espectacular seguida de un sonido sin fallos daban muestra
de la profesionalidad de toda la troupe
y los focos de luz no hacían más que ser comparsas de los ritmos calientes. Los
asientos sobraban porque pocos permanecieron de pie y las luces de los
teléfonos móviles ejercían de mecheros luminosos para iluminar el evento. Entre
tanta algarabía, un constante trasiego de hombres camellos cerveceros
dispuestos a aliviar los sudores que no eran pocos. La Avenida de Suecia ya daba muestras de las
horas previas en el sembrado de residuos que acumulaba y en el interior no iba
a ser menos. Sobre el escenario, él, el sucesor por derecho de Héctor Lavoe, no
solo dirigía su garganta sino que también emulaba a Johnny Pacheco en sus
gesticulaciones como director de orquesta y a fe que lo hacía fenomenalmente
bien. De repente cesa su voz y el
violinista desciende de su puesto e interpreta un guaguancó que jamás hubiese
sospechado Stradivari al construir sus afamados
instrumentos. Minutos de bocas abiertas
y caderas danzantes. La fiesta seguía y
entre las melodías aparecieron aquellas que invitaban a volar muy lejos, o las
que preguntaban por el precio del cielo mientras los coros hacían el eco desde
las gradas. Un nuevo momento de sorpresa llegó cuando se entabló un diálogo de
percusiones entre el timbalero y el batería. Yo que tuve la fortuna de ver
actuar en vida a Tito Puente, estoy convencido que desde allá arriba
sonreía ante tan gran sucesor aventajado en el uso de las baquetas; sencillamente,
sublime. Que la versión de Perales en la que se pregunta por la identidad del
amante saliese a escena, era tan previsible como bien recibida. Mezclar dolor
por el abandono con salsa rítmica no dejaba de ser un buen ungüento. Y así,
poco a poco la madrugada se abría paso a
la misma velocidad que se agotaban las bebidas y Marc Anthony nos invitaba a vivir la vida. Si llega la ocasión de asistir sería
aconsejable no dejarlo pasar, pero eso sí, procurad no sacar entrada de
asiento; no podréis usarlo porque el ritmo os mantendrá de pie todo el tiempo, ya lo veréis.
Jesús (defrijan)
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