1.
Quedarse en blanco
De cuando en cuando los deseos de escribir se topan con el
muro infranqueable de no saber sobre qué hacerlo, ni qué dirección tomar en el
desierto del lienzo pautado que se te ofrece.
Es como si la noche se tomase su venganza y tras haber contribuido a que
tu sueño fuese sumamente placentero pidiese una pausa. De hecho no suele ser
habitual recordar los motivos soñados y quizás por eso el borrador elimina
cualquier resquicio que sobre el encerado de tu recuerdo pudiera quedar. Alzas
el telón del día y tras apurar el café que avisaba desde el silbido de la cafetera,
abres el pórtico de ideas para que se lancen a volar. Pero llega ese día en el
que, perezosas, desisten y debes entrar a azuzarlas y recordarles que merece la
pena surcar el cielo por más pereza que tengan y más nubarrones que se
adivinen. Costará lo que cuesta desempolvar el guardapolvo de la pereza y ellas mismas marcarán
su rumbo. Los dedos se han acostumbrado al ritual y amenazan con atrofiarse si no
les das motivos para sentirse útiles. No pasa nada si las líneas de hoy hablan
de racionalidades en competencia con las luctuosas crónicas de un mundo cada
vez más invivible. Ellas, las ideas mismas, cogerán la forma de una pieza de
alabastro por esculpir y con algo de suerte merecerán la pena que las grafías
guíen. Lo más probable será que alguien esté necesitado como tú lo estás y
yazga en el nicho de la desidia por aburrimiento o suma exigencia para sí. Quizás
alguien que camina parejo a ti sin tú saberlo siente lo mismo que tú cuando se
le vacía el alma y no sabe cómo desahogar tal sentir. Posiblemente alguien esté
deseando pregonar sus desdichas, sus alegrías, sus anhelos, sus silencios. Será
el momento de mimetizarte en uno de ellos y darte cuenta de cuánto queda por escribir,
por compartir, por entregar. Una vez analizado, lo mejor es dejar que las musas
hagan el resto. Que ellas, caprichosas como siempre, decidan que soltar y qué
amarrar en la escollera donde está anclada la nave. Las sucesivas navegaciones
surcarán las aguas más allá de las atarazanas que la vieron nacer y la proa
cabeceará sin otro mascarón que buscar motivos para ser feliz. El ancla oxidada
reposa en la escollera y el blanco de las velas izadas recibe a los vientos para
girar a un rumbo que ni se conoce ni se planifica. Sea como fuere, quedaron en
blanco tantos amaneceres, que no merece la pena preguntarse el porqué.
Jesús(defrijan)
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