viernes, 2 de octubre de 2015


1.         Quedarse en blanco
De cuando en cuando los deseos de escribir se topan con el muro infranqueable de no saber sobre qué hacerlo, ni qué dirección tomar en el desierto del lienzo pautado que se te ofrece.  Es como si la noche se tomase su venganza y tras haber contribuido a que tu sueño fuese sumamente placentero pidiese una pausa. De hecho no suele ser habitual recordar los motivos soñados y quizás por eso el borrador elimina cualquier resquicio que sobre el encerado de tu recuerdo pudiera quedar. Alzas el telón del día y tras apurar el café que avisaba desde el silbido de la cafetera, abres el pórtico de ideas para que se lancen a volar. Pero llega ese día en el que, perezosas, desisten y debes entrar a azuzarlas y recordarles que merece la pena surcar el cielo por más pereza que tengan y más nubarrones que se adivinen. Costará lo que cuesta desempolvar  el guardapolvo de la pereza y ellas mismas marcarán su rumbo. Los dedos se han acostumbrado al ritual y amenazan con atrofiarse si no les das motivos para sentirse útiles. No pasa nada si las líneas de hoy hablan de racionalidades en competencia con las luctuosas crónicas de un mundo cada vez más invivible. Ellas, las ideas mismas, cogerán la forma de una pieza de alabastro por esculpir y con algo de suerte merecerán la pena que las grafías guíen. Lo más probable será que alguien esté necesitado como tú lo estás y yazga en el nicho de la desidia por aburrimiento o suma exigencia para sí. Quizás alguien que camina parejo a ti sin tú saberlo siente lo mismo que tú cuando se le vacía el alma y no sabe cómo desahogar tal sentir. Posiblemente alguien esté deseando pregonar sus desdichas, sus alegrías, sus anhelos, sus silencios. Será el momento de mimetizarte en uno de ellos y darte cuenta de cuánto queda por escribir, por compartir, por entregar. Una vez analizado, lo mejor es dejar que las musas hagan el resto. Que ellas, caprichosas como siempre, decidan que soltar y qué amarrar en la escollera donde está anclada la nave. Las sucesivas navegaciones surcarán las aguas más allá de las atarazanas que la vieron nacer y la proa cabeceará sin otro mascarón que buscar motivos para ser feliz. El ancla oxidada reposa en la escollera y el blanco de las velas izadas recibe a los vientos para girar a un rumbo que ni se conoce ni se planifica. Sea como fuere, quedaron en blanco tantos amaneceres, que no merece la pena preguntarse el porqué.
 
Jesús(defrijan)     

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