1.
La cueva de la alegría
Llevado por sus ansias de libertad, el admirado Paco, el
inigualable Paco, el maqui Paco, decidió mudarse con sus pertenencias a la naturaleza que le reclamaba como
inquilino. De ahí que tomó la senda del Purgatorio y ascendió hacia la
confluencia de las Hoces que se cierran cobijando a quien tiene la fortuna de
transitar por ellas. Pertrechado con sus múltiples enseres habilitó aquel reducto a modo de un redivivo Pedro el
Ermitaño, aquel anacoreta medieval que incitó a la Europa destrozada
por guerras y pestes a recuperar los Santos Lugares en nombre de la fe. De modo
que sin sospecharlo siquiera, el bueno de Paco fue forjando poco a poco lo que
llegó a ser una vivienda tan digna de su persona como adecuada al entorno. Allí
no faltaba de nada y de nada carecía. Ni él ni los canes acompañantes que
siempre le han seguido fieles fuese a donde fuese. Diseminó los caballos por el
verde y su misión pastoril le reconvirtió en un Salicio que ya hubiese querido
para sus églogas Garcilaso. Pero algo no
acababa de recomponer el puzle de semejante paraíso, algo pedía paso para
cumplimentar este sueño de todo personaje libre, y ese algo era el tabaco.
Llevado por su necesidad, periódicamente recibía la visita del buhonero que
puntual le suministraba semejante carga de nicotina con la que aliviar sus
desvelos. Así que he de sospechar que la casualidad fuese la única culpable de
que aquellas semillas creciesen en las proximidades. Aquellas semillas que
fueron dando paso a unas plantas de hojas lanceoladas que se abrían a modo de pámpanas y aportaban un toque de verdor a
lo que ya era sobradamente verde. El hecho fue que este conocedor de las
picaduras tabaqueras decidió probar aquellas hojas que dejó secar y a las que
pronto asoció la dilatación de sus pupilas y la risa contagiosa que sucedía a
su inhalación pulmonar. De modo que creyendo ver en el raudo crecimiento de
aquellas plantas el precio a la bondad del subsuelo, acaparó tal vivero que los
tallos competían con los pinos próximos en gallardía y buena pinta. Así
transcurrían sus días hasta que llegaron los ecos a las fuerzas encargadas de velar por la salud pública. De
hecho, se presentaron ante él guiados por el perfil de aquellos arboles en los
que se habían convertido los tallos primigenios. No saliendo de su asombro, al
recriminarle su afición a la horticultura, este genio salido de la lámpara
llamada libertad, alegó en su defensa la insaciable necesidad que sus bronquios
tenían de ensancharse para seguir disfrutando de aquel aire tan puro. Contuvieron
la risa, dejaron que sus pupilas recuperasen su diámetro normal, segaron las
hierbas y aquella colonia jamaicana nacida entre las Hoces, llegó a su
fin. De cualquier modo, y dada la bondad
de la tierra, no me extrañaría que
rebrotasen cualquier día de estos. Mientras tanto, aquellos que hagáis el
sendero correspondiente, antes de bajar hacia el Purgatorio, fijaos a ver, no
vaya a ser que hayan renacido y nadie haya ido a segarlas.
Jesús(defrijan)
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