martes, 6 de octubre de 2015


1.         La cueva de la alegría

Llevado por sus ansias de libertad, el admirado Paco, el inigualable Paco, el maqui Paco, decidió mudarse con sus pertenencias  a la naturaleza que le reclamaba como inquilino. De ahí que tomó la senda del Purgatorio y ascendió hacia la confluencia de las Hoces que se cierran cobijando a quien tiene la fortuna de transitar por ellas. Pertrechado con sus múltiples enseres habilitó  aquel reducto a modo de un redivivo Pedro el Ermitaño,  aquel  anacoreta medieval que incitó a la Europa destrozada por guerras y pestes a recuperar los Santos Lugares en nombre de la fe. De modo que sin sospecharlo siquiera, el bueno de Paco fue forjando poco a poco lo que llegó a ser una vivienda tan digna de su persona como adecuada al entorno. Allí no faltaba de nada y de nada carecía. Ni él ni los canes acompañantes que siempre le han seguido fieles fuese a donde fuese. Diseminó los caballos por el verde y su misión pastoril le reconvirtió en un Salicio que ya hubiese querido para sus églogas  Garcilaso. Pero algo no acababa de recomponer el puzle de semejante paraíso, algo pedía paso para cumplimentar este sueño de todo personaje libre, y ese algo era el tabaco. Llevado por su necesidad, periódicamente recibía la visita del buhonero que puntual le suministraba semejante carga de nicotina con la que aliviar sus desvelos. Así que he de sospechar que la casualidad fuese la única culpable de que aquellas semillas creciesen en las proximidades. Aquellas semillas que fueron dando paso a unas plantas de hojas lanceoladas que se abrían a modo  de pámpanas y aportaban un toque de verdor a lo que ya era sobradamente verde. El hecho fue que este conocedor de las picaduras tabaqueras decidió probar aquellas hojas que dejó secar y a las que pronto asoció la dilatación de sus pupilas y la risa contagiosa que sucedía a su inhalación pulmonar. De modo  que  creyendo ver en el raudo crecimiento de aquellas plantas el precio a la bondad del subsuelo, acaparó tal vivero que los tallos competían con los pinos próximos en gallardía y buena pinta. Así transcurrían sus días hasta que llegaron los ecos a las fuerzas  encargadas de velar por la salud pública. De hecho, se presentaron ante él guiados por el perfil de aquellos arboles en los que se habían convertido los tallos primigenios. No saliendo de su asombro, al recriminarle su afición a la horticultura, este genio salido de la lámpara llamada libertad, alegó en su defensa la insaciable necesidad que sus bronquios tenían de ensancharse para seguir disfrutando de aquel aire tan puro. Contuvieron la risa, dejaron que sus pupilas recuperasen su diámetro normal, segaron las hierbas y aquella colonia jamaicana nacida entre las Hoces, llegó a su fin.  De cualquier modo, y dada la bondad de la tierra, no me extrañaría  que rebrotasen cualquier día de estos. Mientras tanto, aquellos que hagáis el sendero correspondiente, antes de bajar hacia el Purgatorio, fijaos a ver, no vaya a ser que hayan renacido y nadie haya ido a segarlas.   

Jesús(defrijan)

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