Las viandas
Han saltado las alarmas a la velocidad que los megas proporcionan y todo el mundo empieza a cuestionarse qué
hacer con lo que el viernes compró para llenar su despensa. Ahora resulta que
por muy atractivos que resulten los productos, por bien envasados que se nos
muestren, por apetitosos que resulten, son más malos que la quina. Todos los
males del infierno acudirán a las venas de los pecadores que no hayamos sabido
resistir a la tentación y nos hayamos
dejado seducir por los productos oreados en algún almacén próximo. Menos mal,
que han avisado a tiempo, porque quedan pocas fechas para degustar los excesos
en las mesas navideñas y creo que será el momento de pensar en otro menú
alternativo. Dejemos que la carne viva y muera en paz y que las terneras sean
partícipes de los belenes vivientes, como mucho. Que los corderos balen a su
antojo a la espera de una nueva revisión de las églogas garcilasianas. Que los
cerdos se sacien de bellotas y mueran de vejez a la sombra de una encina. Todo
ello contribuirá a que vivamos más años, incluso más famélicos, casi en estado
levitatorio y con las arterias más
limpias que los chorros del oro. Por fin podremos volver a vestirnos con aquel
traje de novios que años hacía que no nos entraba. Y todo, eso sí, desde el
puro convencimiento y la creencia ciega
en los designios nacidos de los despachos. Allá quedaron los potajes
suculentos, las matanzas al socaire de las criadillas, las orzas rebosantes
de morcillas... Nada volverá a ser como antes, mal que nos pese, si
queremos vivir de un modo sano. Como si
la alimentación fuese la única culpable de nuestros males. Propongo a la O.M.S.
aun a riesgo de no ser oído que su próximo estudio sobre la calidad de vida lo
base en los efectos perniciosos del infrahumano mercado laboral. Que analicen
si no es proclive a un aumento de colesterol aquel o aquella que tiene que
esclavizarse a gusto de una legislación que así lo permite. Que tengan en
cuenta si la ausencia de descanso semanal
no conlleva un aumento de azúcar en sangre que la acaba convirtiendo en
vinagre a mayor satisfacción de lo absurdo. Que analicen, que analicen y
veremos qué resultados obtienen. Igual nos llevamos la sorpresa de comprobar
cómo la mayor amenaza para la salud no
viene del buen yantar en compañía de unas risas y afectos y sí de unos pucheros
que se han permitido diseñar para cocer a fuego lento un menú llamado dignidad.
Mientras ese estudio no salga a la luz solamente
la moderación tendrá acceso a hacerse un hueco entre nuestros puestos en la mesa.
Me temo que el próximo estudio irá enfocado a criminalizar a alguno de los
pocos placeres que todavía nos permiten disfrutar de la vida. Sí, sí, ese, ese
en el que estáis pensando, también
pasará a ser la antesala de nuestro finiquito según sus designios, ya lo veréis.
Jesús(defrijan)
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