La escobas de palma
El ritual se manifestaba todas las mañanas aquellas en las
que el discurrir del tiempo lo marcaba la ausencia de prisas. Hacía horas que
había amanecido y las calles estaban ya dispuestas a ver el diario transitar de
la rutina que dejaba de serlo desde el primer saludo. Allí se presentaban los
rostros delatores de quien se sentía
afligida, de quien se mostraba feliz, de quien se sabía una más entre las
muchas más. Las chimeneas daban testimonio de un nuevo despertar entre las
volutas de humo que sabían a olivo. Y fuera, compitiendo con el rocío, las
escobas de palma se preparaban para ejecutar su diaria función desperezándose
desde la cocinilla posterior de la casa en la que habían depositado sus sueños.
Sólo en los meses estivales serían ayudadas por la regadera generosa que
aliviase el ascenso del polvo. El resto del tiempo su roce sobre las piedras de
la calle se esmeraría en pulir el ayer para dar brillo al hoy. Y de paso, la
tertulia tomaría cuerpo. Cada quien sabía del límite a poner lustroso y a ello
se entregaban mientras la crónica de lo acontecido aparecía en los teletipos
vocales. Posiblemente se sumase aquella que tiempo antes había ejercido con su
labor y cargada con una bolsa a cuadros se encaminaba en busca de la hogaza.
Allí los saludos sinceros buscarían interés desinteresado sobre la salud de
quienes sabían enfermos y a los que dedicarían unos minutos en la visita
vespertina dominical. Todo desde la calma que no necesita más premura que
aquella de sentirse parte de un todo. Y ella, desde el nudo de su extremo
adherido al mástil, sumándose al acto. Pocos minutos después le llegaría el
reposo hasta un nuevo día y a sus gemelas les correspondería desenvolverse por
dentro de la casa. Ella se sentía afortunada al haber sido la precursora en sus
años jóvenes en los que recorrió las habitaciones silenciando desencantos y
aplaudiendo esperanzas. Sabía por
experiencia que sus últimos años serían más lentos y hacia el final de los días
el reposo sólo se vería alterado cuando tuviese que transitar por los túneles
en busca del hollín inquilino del latón. Una entrega al sacrificio que conoció
de lustres sin arrugas que el paso del tiempo fue dejándola huérfana de caricias. Atrás quedó su papel de
alazán en la comedia infantil que todos soñamos y hacemos creíble. Hoy había
sumado uno más y en ello encontraba su
alegría. Desde la jardinera, a modo de epitafio postrero, una que la precedió
sustentaba el crecimiento de un laurel imberbe en un último acto heroico por
demostrar que aún servía para algo.
Jesús (defrijan)
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