martes, 27 de octubre de 2015


    La escobas de palma

El ritual se manifestaba todas las mañanas aquellas en las que el discurrir del tiempo lo marcaba la ausencia de prisas. Hacía horas que había amanecido y las calles estaban ya dispuestas a ver el diario transitar de la rutina que dejaba de serlo desde el primer saludo. Allí se presentaban los rostros delatores de  quien se sentía afligida, de quien se mostraba feliz, de quien se sabía una más entre las muchas más. Las chimeneas daban testimonio de un nuevo despertar entre las volutas de humo que sabían a olivo. Y fuera, compitiendo con el rocío, las escobas de palma se preparaban para ejecutar su diaria función desperezándose desde la cocinilla posterior de la casa en la que habían depositado sus sueños. Sólo en los meses estivales serían ayudadas por la regadera generosa que aliviase el ascenso del polvo. El resto del tiempo su roce sobre las piedras de la calle se esmeraría en pulir el ayer para dar brillo al hoy. Y de paso, la tertulia tomaría cuerpo. Cada quien sabía del límite a poner lustroso y a ello se entregaban mientras la crónica de lo acontecido aparecía en los teletipos vocales. Posiblemente se sumase aquella que tiempo antes había ejercido con su labor y cargada con una bolsa a cuadros se encaminaba en busca de la hogaza. Allí los saludos sinceros buscarían interés desinteresado sobre la salud de quienes sabían enfermos y a los que dedicarían unos minutos en la visita vespertina dominical. Todo desde la calma que no necesita más premura que aquella de sentirse parte de un todo. Y ella, desde el nudo de su extremo adherido al mástil, sumándose al acto. Pocos minutos después le llegaría el reposo hasta un nuevo día y a sus gemelas les correspondería desenvolverse por dentro de la casa. Ella se sentía afortunada al haber sido la precursora en sus años jóvenes en los que recorrió las habitaciones silenciando desencantos y aplaudiendo esperanzas. Sabía  por experiencia que sus últimos años serían más lentos y hacia el final de los días el reposo sólo se vería alterado cuando tuviese que transitar por los túneles en busca del hollín inquilino del latón. Una entrega al sacrificio que conoció de lustres sin arrugas que el paso del tiempo fue  dejándola  huérfana de caricias. Atrás quedó su papel de alazán en la comedia infantil que todos soñamos y hacemos creíble. Hoy había sumado  uno más y en ello encontraba su alegría. Desde la jardinera, a modo de epitafio postrero, una que la precedió sustentaba el crecimiento de un laurel imberbe en un último acto heroico por demostrar que aún servía para algo.

Jesús (defrijan)

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