lunes, 12 de octubre de 2015


         El tronco caído

Reposaba  sobre la alfombra verde que la humedad había provocado cada vez que el sol salía a cortejarla. Allí, tumbado, como reposando de los olvidos, se tendía el que ayer fuese gallardo tronco de tupidas ramas sopesando los recuerdos de una vida que empezaba a declinar. Alguien llevado por la irracionalidad de lo práctico había decidido acortar el tránsito de la savia en quien todavía vivía el deseo de seguir en la brecha. Sintió sobre sus anillos la frialdad del acero que lo fue desnudando y tumbó derrotado sobre la esquina del parque a la espera de un final definitivo. Pocos prestaron atención a las huellas de su piel sobre las que se adivinaron corazones no borrados de amores adolescentes que se juraron eternos. Dormitaba en el lecho de la ignorancia que tantos pesares acarrea a quien desea gritar a los cuatro vientos la necesidad de seguir vivo. Y así se fue haciendo a la idea de que su pendiente cobraba la celeridad que anticipa todo fin por poco deseado que sea. Se aferraba a una quimera y desde abajo envidiaba a quienes próximos lucían altanería y callaban temores. Por eso se extrañó de la presencia de aquellos que decidieron reposar  sus deseos de caricias sobre él. Guardó silencio y expectante, les ofreció asiento. Llegaban envueltos en una interrogante que nerviosa se callaban en un falso intento por demostrar dominio sobre las emociones. Las manos se fundieron y en ellas los surcos de dos vidas se hacían uno. Aquellas manos hablaban de sinsabores, de decepciones, de dudas. Pronto pasaron a hablar los ojos y en ellos las miradas fijas sobre las pupilas del otro buscaban respuestas que no eran necesarias dar. Un halo de fragancias tendía un visillo invisible hacia quienes ignorantes pasaban a su alrededor sin saberse conocedores de la magia del momento. Los labios pidieron paso y el paso se les dio para buscarse entre los últimos rayos de la tarde que sabía a amanecer.  Y a sus pies, el olmo caído, sonreía. Pudoroso, giró la vista, para  no entorpecer el momento. Sabía que sobre su piel se acababa de tatuar el sentimiento y su vida cobró sentido de nuevo. Han vuelto a sus arrugas los brotes del  amor y al amor se rendía como cómplice innecesario. Dicen quienes lo ven a diario que algo en él es diferente. Que el ocre ha dado paso al verde; que la hierba crece más viva a su alrededor; que las copas de los cercanos se abren envidiosas para rendirle pleitesía; que la dicha que tuvo ha regresado al saber que dos solitarios le deben sus besos .         

 

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario