El tronco caído
Reposaba sobre la
alfombra verde que la humedad había provocado cada vez que el sol salía a
cortejarla. Allí, tumbado, como reposando de los olvidos, se tendía el que ayer
fuese gallardo tronco de tupidas ramas sopesando los recuerdos de una vida que
empezaba a declinar. Alguien llevado por la irracionalidad de lo práctico había
decidido acortar el tránsito de la savia en quien todavía vivía el deseo de
seguir en la brecha. Sintió sobre sus anillos la frialdad del acero que lo fue
desnudando y tumbó derrotado sobre la esquina del parque a la espera de un
final definitivo. Pocos prestaron atención a las huellas de su piel sobre las
que se adivinaron corazones no borrados de amores adolescentes que se juraron
eternos. Dormitaba en el lecho de la ignorancia que tantos pesares acarrea a quien
desea gritar a los cuatro vientos la necesidad de seguir vivo. Y así se fue
haciendo a la idea de que su pendiente cobraba la celeridad que anticipa todo
fin por poco deseado que sea. Se aferraba a una quimera y desde abajo envidiaba
a quienes próximos lucían altanería y callaban temores. Por eso se extrañó de
la presencia de aquellos que decidieron reposar sus deseos de caricias sobre él. Guardó
silencio y expectante, les ofreció asiento. Llegaban envueltos en una
interrogante que nerviosa se callaban en un falso intento por demostrar dominio
sobre las emociones. Las manos se fundieron y en ellas los surcos de dos vidas
se hacían uno. Aquellas manos hablaban de sinsabores, de decepciones, de dudas.
Pronto pasaron a hablar los ojos y en ellos las miradas fijas sobre las pupilas
del otro buscaban respuestas que no eran necesarias dar. Un halo de fragancias
tendía un visillo invisible hacia quienes ignorantes pasaban a su alrededor sin
saberse conocedores de la magia del momento. Los labios pidieron paso y el paso
se les dio para buscarse entre los últimos rayos de la tarde que sabía a
amanecer. Y a sus pies, el olmo caído,
sonreía. Pudoroso, giró la vista, para
no entorpecer el momento. Sabía que sobre su piel se acababa de tatuar
el sentimiento y su vida cobró sentido de nuevo. Han vuelto a sus arrugas los
brotes del amor y al amor se rendía como
cómplice innecesario. Dicen quienes lo ven a diario que algo en él es
diferente. Que el ocre ha dado paso al verde; que la hierba crece más viva a su
alrededor; que las copas de los cercanos se abren envidiosas para rendirle
pleitesía; que la dicha que tuvo ha regresado al saber que dos solitarios le
deben sus besos .
Jesús(defrijan)
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