1.
Hilario
Se abre la mañana y desde la esquina que cuida el sauce llorón aparece su silueta. Han
pasado unos minutos desde que la diana sonó y el desayuno marcó un nuevo día
por el que dejar transitar a las horas. Repeinado a modo de galán italiano con
raya a la izquierda, prende al primero de sus enésimos cigarrillos que irán
acompañándolo a lo largo de la jornada. Desde el dobladillo de sus pantalones
se desnudan las huellas del que ayer golpeaba el balón entre los mojones de la
portería que adolecía de travesaño y lo soñaba Sadurní. Los surcos han ido labrando su
mirada en la que se adivina la gentileza que alberga. Asciende los escasos
metros hasta el llano de la calle y a modo de sereno acompaña al sol para que
no se deje ningún rincón por caldear. Justo a mitad del trayecto las maderas
han empezado a sentir sus rayos y él ejercerá de ordenanza a la hora de abrir
hueco para quienes le superan en años. Girará su jersey de lana sobre la abotonadura que intenta
aportarle el abrazo que desde su bondad esparce entre todos los que lo
conocemos. Siempre estará dispuesto a echar una mano desde el convencimiento
que no necesita emolumentos a los que adherirse. Ya sus pies trasegaron
suficientes mostos mientras los racimos se lanzaban al sacrificio otoñal para fermentarse
en vino. Él se encargará de guiar la carreta sobre la que San Isidro lucirá sus
galas cada quince de mayo mientras las cañas se alzan a los costados a modo de
pretil protector. Él se encargará de auxiliar el dispensario de mesas que en
los mediodías veraniegos se mutan en fuentes callejeras a la espera de
compartir risas y tertulias. Mirará hacia la torre para sentir el paso de las
agujas del reloj y no hacer tarde al yantar. Previamente callará pudoroso su
deseo de saberse inmortalizado en la instantánea de la orla que le debe un hueco y el hueco le
otorga. Y todo, todo, desde el segundo estrado que toman los sencillos para no
molestar a los soberbios. Se sabe querido
y el reflejo del llavero que cuelga de la presilla de su cintura sonríe
por ello. No prodiga la imagen del lastimero que reclama atenciones porque no
las precisa mendigar. Tiene la absoluta seguridad de no pasar por la vida como
un ignorado y está en lo cierto. Si alguna vez pasáis cerca, parad a su lado.
Acudirá presto a solucionaros cualquier duda que os asalte sobre la dirección a
tomar. Despedíos de él con un apretón de manos que tanto agradecerá y tan pocas
veces le han prodigado; se lo merece, sin duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario