La cabra
Es ese animal que
tanto juego da viene hoy a pedir paso y reivindicarse en este arca de Noé
mundana. Por su propia apariencia ya se adivina ese equilibrio desigual entre
la ferocidad de su cornamenta y su hirsuto mentón del que se sirve para balar
anunciándose. Y lo hace desde las atalayas inaccesibles en las que encontrará su sustento ante la
voracidad que la mueve. No es que sea exigente a la hora de saciarse, no.
Cualquier rama llena de brotes la ayudará en su ardua tarea y ningún ribazo se
le resistirá ante el empeño de subirse a él. Atrás quedan a peor gloria sus imágenes como símbolos del mal que durante tantos
siglos se le han ido adjudicando. Los cuernos que ofrecen fiereza a Belcebú
bien podrían haber salido del cabrón más apuesto de la mesnada ungulada que
desterrasen al averno, aquellos
empeñados en promover la virtud en los otros. A tal fin la eligieron como tótem
condenatorio y con semejante sambenito sigue sus días. De hecho cuando alguien
intenta menospreciar al cercano que no sigue con rigurosidad las normas de la
compostura, lo tilda con la famosa frase. Y sí, efectivamente, estar como una
cabra, pasa a ser considerado el inicio de una condena próxima sin posibilidad
de redención. Si quien actúa así lo hace movido por sus ímpetus libertarios,
más o menos acabará siendo tildado de loco, sin ver más allá de lo que la
locura arrastra de sensatez, de utopía, de albedrío no encadenado. Si quien
somete a sus sueños al yugo gris de la uniformidad lo acepta, no será vestido
con ese hábito infecto que se suele
diseñar hacia los diferentes, pero no podrá disimular que de su rostro pende un
lastre de amargura imposible de camuflar. Ni siquiera entre las caretas
semejantes hallará consuelo, ni sosiego, ni paz. Su verdad saltará cada vez que
el espejo se le ponga enfrente y seguirá sumando arrugas. Por eso me sonrío y
solidarizo ante aquellos que reciben a modo de improperio el semejante
exabrupto. Seguro estoy que en su fuero
interno saben sobradamente de su lucidez
y miran con lástima a quienes no se atreven a mostrarse como ellos. Así que me propongo a partir de ya mismo prestar
especial atención a todos aquellos seres que decidan gritar que están como una
cabra y se ponen al mundo por cornamenta, para aplaudirles y seguir
envidiándoles el valor demostrado. Ya quedarán en el cuévano los restos de las uvas mustias de quienes no saben ni sirven para dar mostos de alegría
ni trasegarse en felices por más que lo envidien.
Jesús(defrijan)
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