martes, 13 de octubre de 2015


       La cabra

Es ese  animal que tanto juego da viene hoy a pedir paso y reivindicarse en este arca de Noé mundana. Por su propia apariencia ya se adivina ese equilibrio desigual entre la ferocidad de su cornamenta y su hirsuto mentón del que se sirve para balar anunciándose. Y lo hace desde las atalayas inaccesibles  en las que encontrará su sustento ante la voracidad que la mueve. No es que sea exigente a la hora de saciarse, no. Cualquier rama llena de brotes la ayudará en su ardua tarea y ningún ribazo se le resistirá ante el empeño de subirse a él. Atrás quedan a  peor gloria sus imágenes  como símbolos del mal que durante tantos siglos se le han ido adjudicando. Los cuernos que ofrecen fiereza a Belcebú bien podrían haber salido del cabrón más apuesto de la mesnada ungulada que desterrasen al averno,  aquellos empeñados en promover la virtud en los otros. A tal fin la eligieron como tótem condenatorio y con semejante sambenito sigue sus días. De hecho cuando alguien intenta menospreciar al cercano que no sigue con rigurosidad las normas de la compostura, lo tilda con la famosa frase. Y sí, efectivamente, estar como una cabra, pasa a ser considerado el inicio de una condena próxima sin posibilidad de redención. Si quien actúa así lo hace movido por sus ímpetus libertarios, más o menos acabará siendo tildado de loco, sin ver más allá de lo que la locura arrastra de sensatez, de utopía, de albedrío no encadenado. Si quien somete a sus sueños al yugo gris de la uniformidad lo acepta, no será vestido con ese hábito infecto  que se suele diseñar hacia los diferentes, pero no podrá disimular que de su rostro pende un lastre de amargura imposible de camuflar. Ni siquiera entre las caretas semejantes hallará consuelo, ni sosiego, ni paz. Su verdad saltará cada vez que el espejo se le ponga enfrente y seguirá sumando arrugas. Por eso me sonrío y solidarizo ante aquellos que reciben a modo de improperio el semejante exabrupto. Seguro estoy  que en su fuero interno saben sobradamente   de su lucidez  y miran con lástima a quienes no se atreven a mostrarse como ellos.  Así que me propongo a partir de ya mismo prestar especial atención a todos aquellos seres que decidan gritar que están como una cabra y se ponen al mundo por cornamenta, para aplaudirles y seguir envidiándoles el valor demostrado. Ya quedarán  en el cuévano  los restos de las uvas mustias de quienes  no saben ni sirven para dar mostos de alegría ni trasegarse en felices por más que lo envidien.

 
Jesús(defrijan)      

No hay comentarios:

Publicar un comentario