Foodtrucks
Tal y como estaba previsto en las previsiones de la
curiosidad allá me dirigí. De buen mañana y a modo de anticipo me asomé a las
verjas del jardín para hacerme una idea de lo que horas después se podría
disfrutar en semejante reciento. O quizás debería llamarlo presidio. Porque esa
era la primera imagen que te llegaba cuando la inmensidad de los jardines de
Viveros se veía acotada a unos cuantos pasillos dedicados a los poetas que
desde sus versos callados estarían perplejos ante lo que allí se diseminaba.
Vallas que tan de moda están acotando los accesos a los que un salvoconducto de
dos euros permitía el paso. El paso a la
peor de las organizaciones que se puedan imaginar en el amplio espectro de
reuniones culinario festivas. Una caravana por aquí con productos italianos,
otra por allá con noruegos, otra con combinados caribeños y las colas para sacar tickets más allá, otras colas para los
servicios y la cara de asombro de los guardias de seguridad que nada tenían que
asegurar entre lo curiosos que llegábamos. La tónica variopinta dominando en la
penumbra de un espacio en el que conseguir un asiento era una quimera total.
Para amenizar la fiesta, una música enlatada escupiendo decibelios sin más arpegio que la desgana de
quien los hacía brotar. Y todo, insisto, en tres pasillos que parecían
diseñados desde el anagrama de paz y amor tan de moda cada vez que la moda lo
recuerda. Del precio a cotizar por lo consumido mejor no hablar para no sentir
la punzada de la estafa en tus propias carnes. Y las papeleras semiocultas
entre el verdor nocturno a rebosar de residuos
que ya no cabían en las rudimentarias mesas campestres que tan mala imagen daba. Una
pena que algo tan ilusionante se haya dejado organizar a quien no supo, no pudo
o no quiso demostrar profesionalidad en su tarea. Ignoro de quine será la culpa
o si será compartida, pero lo que no admite discusión alguna es que no se puede
lanzar un pregón aprovechando la moda que las recetas expanden a diario por
todos los medios para acabar con un postre llamado desilusión. Si se trataba de lucir atuendos, carrocerías,
tatuajes y yantar en un mismo pack,
alguien medianamente normal, con
un cierto de sentido lógico, se hubiese puesto manos a la obra, o mejor a la
masa, para evitar que la mayoría nos preguntásemos a los pocos minutos de
llegar qué hacíamos allí y dónde estaba el libro de reclamaciones. Tal y como está el patio, captar asiduos es
una tarea ardua y complicada; sin embargo perderlos, no necesita nada más que no saber tratarlos como se
merecen. Mi curiosidad quedó saciada y desde luego de un modo nada
gratificante, así que, a todos ellos buen viaje y buen provecho.
Jesús(defrijan)
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