miércoles, 28 de octubre de 2015


      Foodtrucks

Tal y como estaba previsto en las previsiones de la curiosidad allá me dirigí. De buen mañana y a modo de anticipo me asomé a las verjas del jardín para hacerme una idea de lo que horas después se podría disfrutar en semejante reciento. O quizás debería llamarlo presidio. Porque esa era la primera imagen que te llegaba cuando la inmensidad de los jardines de Viveros se veía acotada a unos cuantos pasillos dedicados a los poetas que desde sus versos callados estarían perplejos ante lo que allí se diseminaba. Vallas que tan de moda están acotando los accesos a los que un salvoconducto de dos euros  permitía el paso. El paso a la peor de las organizaciones que se puedan imaginar en el amplio espectro de reuniones culinario festivas. Una caravana por aquí con productos italianos, otra por allá con noruegos, otra con combinados caribeños y  las colas para sacar  tickets más allá, otras colas para los servicios y la cara de asombro de los guardias de seguridad que nada tenían que asegurar entre lo curiosos que llegábamos. La tónica variopinta dominando en la penumbra de un espacio en el que conseguir un asiento era una quimera total. Para amenizar la fiesta, una música enlatada escupiendo  decibelios sin más arpegio que la desgana de quien los hacía brotar. Y todo, insisto, en tres pasillos que parecían diseñados desde el anagrama de paz y amor tan de moda cada vez que la moda lo recuerda. Del precio a cotizar por lo consumido mejor no hablar para no sentir la punzada de la estafa en tus propias carnes. Y las papeleras semiocultas entre el verdor nocturno a rebosar de residuos  que ya no cabían en las rudimentarias  mesas campestres que tan mala imagen daba. Una pena que algo tan ilusionante se haya dejado organizar a quien no supo, no pudo o no quiso demostrar profesionalidad en su tarea. Ignoro de quine será la culpa o si será compartida, pero lo que no admite discusión alguna es que no se puede lanzar un pregón aprovechando la moda que las recetas expanden a diario por todos los medios para acabar con un postre llamado desilusión.  Si se trataba de lucir atuendos, carrocerías, tatuajes y yantar en un mismo pack,  alguien  medianamente normal, con un cierto de sentido lógico, se hubiese puesto manos a la obra, o mejor a la masa, para evitar que la mayoría nos preguntásemos a los pocos minutos de llegar qué hacíamos allí y dónde estaba el libro de reclamaciones.  Tal y como está el patio, captar asiduos es una tarea ardua y complicada; sin embargo perderlos, no necesita  nada más que no saber tratarlos como se merecen. Mi curiosidad quedó saciada y desde luego de un modo nada gratificante, así que, a todos ellos buen viaje y buen  provecho.

Jesús(defrijan)

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