martes, 20 de octubre de 2015


       Prohibido aparcar

La noche se presentaba de lo más divertida. Ella, habituada al horario intempestivo se puso sus mejores galas para atender a todas aquellas almas solitarias que le llegasen en busca del consuelo que el alcohol esparce. La playa al frente y la noche estrellada daban color al marco tantas veces repetido en ese escenario estival. Allá, tan lejos como las horas marcan y tan cerca como el corazón reclama, alguien la echaba de menos y dormía su ausencia. Sabía que su  rutina se sometía a esa disparidad de horas y así lo aceptó desde el principio. Planes de vida en común que se llevarían a término a la caída de las hojas se rubricaron con el apetecido regalo que ella tanto deseaba. Un azul cinabrio envuelto en cilindros que siempre soñó y que el amor le trajo tapizado de cuero. Y así transcurría la velada entre los vaivenes sonoros que los parloteos amortiguaban. Ella soportando con la mejor de sus sonrisas a los agregados a los que destinar oído como de costumbre. Y entonces apareció. Y al parecer,  algo se movió a ambos lados de la barra.  Un deseo irrefrenable que fue creciendo a medida que las horas aceleraban  su paso hacia el cierre del local. No supo discernir qué le llevó a seguirlo hasta el primer sótano de un edificio que le resultaba extraño. Allí, en una de las plazas vacías, apagó el motor y siguió ascendiendo hacia el tálamo que les esperaba a ambos. Los deseos se desencadenaron y nada ni nadie se interpondrían entre los amantes casuales a los que la casualidad embarcó. Nada excepto  la llegada repentina de la dueña de la plaza de aparcamiento de madrugada. Su primera  reacción la llevó a imaginar supuestos inquilinos en su vivienda hasta entonces vacía. Creyó ver robo de impunes consecuencias y decidió no acceder a su morada. Marcó temblorosa los tres dígitos de las fuerzas del orden y explicó su caso por teléfono. Veinte minutos después, los agentes requeridos, estaban a su vera y se dispusieron a analizar los bajos del vehículo en busca de anormalidades sospechosas. No hallándolas, y buscando en sus archivos telemáticos, hicieron despertar a quien hasta entonces dormía en brazo de Morfeo ignorante de las pullas que le acababan de clavar como astado desconocedor del festejo. A su sorpresa inicial le sobrevino la siguiente sorpresa, y la otra, y la otra , al tiempo que el amanecer aportaba los primeros rayos de sol a los amantes ocasionales pisos arriba. De las sorpresas no se libró aquella que al bajar comprendió de inmediato que tanto despliegue policial no se debía a un aparcamiento indebido en una plaza que no era la adecuada. Del destino del automóvil  poco se sabe y poco importa cual fue. Pero lo que sí quedó demostrado suficientemente fue el hecho de comprobar qué difícil está el hecho de aparcar, incluso a medianoche, donde el único vado exento de pago debería ser el dedicado al amor.    

Jesús(defrijan)

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