Prohibido aparcar
La noche se presentaba de lo más divertida. Ella, habituada
al horario intempestivo se puso sus mejores galas para atender a todas aquellas
almas solitarias que le llegasen en busca del consuelo que el alcohol esparce.
La playa al frente y la noche estrellada daban color al marco tantas veces
repetido en ese escenario estival. Allá, tan lejos como las horas marcan y tan
cerca como el corazón reclama, alguien la echaba de menos y dormía su ausencia.
Sabía que su rutina se sometía a esa disparidad
de horas y así lo aceptó desde el principio. Planes de vida en común que se
llevarían a término a la caída de las hojas se rubricaron con el apetecido
regalo que ella tanto deseaba. Un azul cinabrio envuelto en cilindros que
siempre soñó y que el amor le trajo tapizado de cuero. Y así transcurría la
velada entre los vaivenes sonoros que los parloteos amortiguaban. Ella
soportando con la mejor de sus sonrisas a los agregados a los que destinar oído
como de costumbre. Y entonces apareció. Y al parecer, algo se movió a ambos lados de la barra. Un deseo irrefrenable que fue creciendo a
medida que las horas aceleraban su paso
hacia el cierre del local. No supo discernir qué le llevó a seguirlo hasta el
primer sótano de un edificio que le resultaba extraño. Allí, en una de las
plazas vacías, apagó el motor y siguió ascendiendo hacia el tálamo que les
esperaba a ambos. Los deseos se desencadenaron y nada ni nadie se interpondrían
entre los amantes casuales a los que la casualidad embarcó. Nada excepto la llegada repentina de la dueña de la plaza
de aparcamiento de madrugada. Su primera
reacción la llevó a imaginar supuestos inquilinos en su vivienda hasta
entonces vacía. Creyó ver robo de impunes consecuencias y decidió no acceder a
su morada. Marcó temblorosa los tres dígitos de las fuerzas del orden y explicó
su caso por teléfono. Veinte minutos después, los agentes requeridos, estaban a
su vera y se dispusieron a analizar los bajos del vehículo en busca de
anormalidades sospechosas. No hallándolas, y buscando en sus archivos
telemáticos, hicieron despertar a quien hasta entonces dormía en brazo de
Morfeo ignorante de las pullas que le acababan de clavar como astado
desconocedor del festejo. A su sorpresa inicial le sobrevino la siguiente
sorpresa, y la otra, y la otra , al tiempo que el amanecer aportaba los
primeros rayos de sol a los amantes ocasionales pisos arriba. De las sorpresas
no se libró aquella que al bajar comprendió de inmediato que tanto despliegue
policial no se debía a un aparcamiento indebido en una plaza que no era la
adecuada. Del destino del automóvil poco
se sabe y poco importa cual fue. Pero lo que sí quedó demostrado
suficientemente fue el hecho de comprobar qué difícil está el hecho de aparcar,
incluso a medianoche, donde el único vado exento de pago debería ser el
dedicado al amor.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario