jueves, 14 de enero de 2016


Londres ( capítulo III) Speaker, s  Corner y Camden Town

Siguiendo las indicaciones de alguien que logró despertar la curiosidad, aquel domingo acudimos al parque en cuestión y buscamos la esquina en cuestión. Parece ser que la gracia real tuvo a bien hace años el habilitar dicho lugar como parlamento improvisado a todo aquel que quisiera hacerse oír alegando sus derechos a ser escuchado y evitando con ello el entorpecimiento del tránsito por las calles de la urbe. Como condición previa debían guardar respetuosa distancia con los colegas que así lo decidiesen y provistos de taburete de tres peldaños con atril afincarse en semejante sombra a la espera de público. De modo que careciendo del mobiliario no pude por menos que buscar un hueco y desde él lanzar al cielo los versos nacidos a la vera del Tajo para así dejar constancia de la inmortalidad del maestro. Por suerte, unos orientales se afanaron en grabar lo que a todas luces les pareció curioso y más curioso me resultó el recibir los aplausos de aquellos ojos rasgados amantes de la poesía. Mientras tanto, a mi diestra un líder comunista exhortaba a unos y a mi siniestra un pastor buscaba rebaño para su iglesia en ciernes. De modo que cumplida con la promesa del verso, Camden se dispuso a abrirnos sus brazos en aquel laberinto policromado que le da forma a cualquier extravagancia vista como normal. Si alguna vez alguien duda de qué significa flema no tiene  más que acercarse para  comprobar que  la normalidad se instala en medio de aquellos chiringuitos a modo de estandarte permisivo. Si por un momento vence a la tentación y ofrece su piel, el tatuador  le dejará su firma y podrá sentirse como un nuevo Drake en busca de prebendas conseguidas con el abordaje consiguiente al bajel de la provocación.  Y ya sólo nos restaba asistir a la verja de palacio a contemplar el famoso cambio de la guardia. Ningún día precisó de paraguas y por lo tanto este seguía en la maleta a la espera de su estreno. Y allí de abrieron los cielos. Con el gentío agolpado en torno a la estatua de la Reina Victoria el refugio inexistente no pudo impedir el baño celeste y comunitario del que se libraron quienes fueron más previsores. Absolutamente empapados, a golpe de brazos remolinos conseguimos que un hindú accediese a portarnos al cobijo de las moquetas que seguían oliendo a mostaza. Ni siquiera el paso posterior  por los afamados almacenes pudo poner un punto de alivio a las pituitarias que seguían cegadas con semejante aroma. Londres concluía y para ser la primera vez dejaba abierta la puerta a repetir. He de admitir que aquella primera animadversión hacia ella había quedado atrás y comenzaba a  plantearse un próximo regreso.     

Jesús(defrijan)      

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