lunes, 18 de enero de 2016


Praga ( capítulo I)

Como toda ciudad que se precie, un río la baña, protege y segmenta.  El Moldava es el que consigue que esta capital de la Bohemia rezume un sabor a cuentos de palacio en los que el taconeo de las  húsares marcarían el ritmo de las batallas a disputar. Tal es el sentido de aquella grandeza pasada que incluso en la moneda mantienen su particularidad para no mezclarse con quienes no consideran de su rango. Ciudad que perteneció a una nación que se vio ocupada y sometida por quienes decidieron repartirse las fronteras tras la II Guerra Mundial en cuya Plaza en honor a Wenceslao se rememora a aquel que tuvo agallas suficientes como para enfrentarse a los tanques de ocupación y convertirse en mártir de la causa. Una Plaza que semeja un cuadrilátero desciende hacia los múltiples puestos en los que el andar del cerdo es asado a ritmo para mayor gusto de quienes se atreven con él. Ni siquiera la presencia camuflada de carteristas impide el disfrute de su paseo y en las inmediaciones el tintineo de los relojes anuncia su nuevo ballet para regocijo del paseante. Curiosa y variopinta la silueta de los carruajes que van de norte a sur transportando a turistas con la paciencia del équido resignado. Y justo en las inmediaciones del cementerio judío, él, el inigualable, el inaudito, el inesperado  guitarrista de color con peluca blanca imitando a Amadeus. Guitarra española con tonos desafinados, corcheas de sabor jamaicano y sobre el falso palosanto la pegatina de “I love porno”. Sin duda la mezcolanza residía en él y desde luego la sinceridad surgía de su alba dentadura a los compases de “No woman , non cry”. Sería cuestión de visitar al Niño Jesús que tantas veces mencionase Sabina en aquella magnífica canción titulada “Adivina , adivinanza”  y recuperar la compostura. Próximo a todo, el Puente de Carlos custodiado por las hieráticas estatuas que hablaban de pasados a quienes parábamos a cada momento ante los tenderetes ambulantes. Al fondo, retándonos al ascenso, la colina del monte Petrin exhibiendo una réplica de la torre Eiffel y como recompensa una vista panorámica de toda la grandeza de Praga. Ya en el descenso, la pólvora dando nombre a otra de las torres afamadas bajo el tizne gótico como puerta de entrada a la ciudad antigua que fuese. Quedaba para la siguiente jornada el paseo por las letras doradas del callejón en el que la Metamorfosis viese la luz desde las manos obedientes del intelecto atormentado.  

Jesús(defrijan)        

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