martes, 12 de enero de 2016


Londres ( capítulo I)

Menos lluvioso de lo esperado y con la sensación de asomarnos a un concepto diferente de ciudad.  Así fue la primera sorpresa que pronto se vino abajo al paso del desencanto ante semejante hotel recomendado. No, no lo mencionaré para no hurgar en la herida del recuerdo, salvo que alguien decida preguntarme. Sus dos torres enfrentadas a un patio en el que no paraban de entrar y salir vehículos daba buena muestra del error cometido al dejarnos aconsejar por viajeros diferentes a la hora de elegirlo. El incesante olor a mostaza se impregnaba en las innumerables moquetas y daba la sensación de que de un momento a otro se nos iba a presentar la señora de turno con su vestido floreado y el gorro infumable a darnos la bienvenida. Sea como fuera, nos hicimos a la idea, y solamente la cercanía del Museo Británico le avalaba como mal menor. De modo que allá que nos fuimos a sumergir en los inacabables restos del expolio egipcio y mesopotámico para  mayor goce de nuestros sentidos. Entre piedras rosetas y momias embalsamadas nos movimos a la espera de la aparición de cualquier escultura de la esfinge que volviese a mencionar su origen. Calles más abajo, el imponente monolito capitaneado por Nelson competía con la pancarta rosácea  que reclamaba igualdad de sexo al siguiente candidato a la alcaldía londinense entre las múltiples tendencias. Cualquier variación era bien aceptada y entre estrafalarios vestidos a su antojo y bombines acompañados por paraguas supimos ver el auténtico sentido del calificativo cosmopolita. Seguimos hacia el Parlamento y a mitad de bajada, la guardia a caballo realizaba el relevo desde la quietud que cualquier soldado manifiesta al convertirse en estatua viva de la disciplina. Ni siquiera el equino era capaz de pestañear ente tanto flas que lo inmortalizaba. Más allá, el reloj afamado nos recordaba la diferencia horaria mientras el Támesis se convertía en un fluido constante de paquebotes plagados de turistas. La Noria del Ojo girando sin fin en un intento de elevar el sextante más allá de donde las pupilas alcanzaban para ofrecer lo imposible. Los puentes oficiando de custodios de unas tradiciones que se ponían de manifiesto en la pulcritud de la vestimenta de quienes acudían a un oficio religioso en el que darse el  ” sí quiero”. En cuestión de modas casi todo valía; incluso aquellas pamelas  encaramadas a modo de tocados insufribles. Próximos a ellas unos neo punkys surgían con las crestas enfundados sobre botas de cuero militares y pantalones pitillos. Sid  Vicius podía escucharse entre sus imperdibles y con él toda aquella revolución cultural que se sumó a todas las anteriores nacidas en esta ciudad tan singular como imponente. La primera jornada tocaba a su fin y el buen sabor de boca nos acompañó al cerrarla.    



Jesús(defrijan)       

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