Londres ( capítulo I)
Menos lluvioso de lo esperado y con la sensación de asomarnos a un
concepto diferente de ciudad. Así fue la
primera sorpresa que pronto se vino abajo al paso del desencanto ante semejante
hotel recomendado. No, no lo mencionaré para no hurgar en la herida del
recuerdo, salvo que alguien decida preguntarme. Sus dos torres enfrentadas a un
patio en el que no paraban de entrar y salir vehículos daba buena muestra del
error cometido al dejarnos aconsejar por viajeros diferentes a la hora de
elegirlo. El incesante olor a mostaza se impregnaba en las innumerables
moquetas y daba la sensación de que de un momento a otro se nos iba a presentar
la señora de turno con su vestido floreado y el gorro infumable a darnos la
bienvenida. Sea como fuera, nos hicimos a la idea, y solamente la cercanía del
Museo Británico le avalaba como mal menor. De modo que allá que nos fuimos a
sumergir en los inacabables restos del expolio egipcio y mesopotámico para mayor goce de nuestros sentidos. Entre
piedras rosetas y momias embalsamadas nos movimos a la espera de la aparición
de cualquier escultura de la esfinge que volviese a mencionar su origen. Calles
más abajo, el imponente monolito capitaneado por Nelson competía con la
pancarta rosácea que reclamaba igualdad
de sexo al siguiente candidato a la alcaldía londinense entre las múltiples
tendencias. Cualquier variación era bien aceptada y entre estrafalarios
vestidos a su antojo y bombines acompañados por paraguas supimos ver el
auténtico sentido del calificativo cosmopolita. Seguimos hacia el Parlamento y
a mitad de bajada, la guardia a caballo realizaba el relevo desde la quietud
que cualquier soldado manifiesta al convertirse en estatua viva de la
disciplina. Ni siquiera el equino era capaz de pestañear ente tanto flas que lo
inmortalizaba. Más allá, el reloj afamado nos recordaba la diferencia horaria
mientras el Támesis se convertía en un fluido constante de paquebotes plagados
de turistas. La Noria del Ojo girando sin fin en un intento de elevar el
sextante más allá de donde las pupilas alcanzaban para ofrecer lo imposible.
Los puentes oficiando de custodios de unas tradiciones que se ponían de
manifiesto en la pulcritud de la vestimenta de quienes acudían a un oficio
religioso en el que darse el ” sí
quiero”. En cuestión de modas casi todo valía; incluso aquellas pamelas encaramadas a modo de tocados insufribles.
Próximos a ellas unos neo punkys surgían con las crestas enfundados sobre botas
de cuero militares y pantalones pitillos. Sid
Vicius podía escucharse entre sus imperdibles y con él toda aquella
revolución cultural que se sumó a todas las anteriores nacidas en esta ciudad
tan singular como imponente. La primera jornada tocaba a su fin y el buen sabor
de boca nos acompañó al cerrarla.
Jesús(defrijan)
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