domingo, 31 de enero de 2016


Un piano para Mercedes y cuatro manos para el deleite

Si de algo puede presumir el barrio de Ruzafa  de Valencia es de ser variopinto, intercultural, cosmopolita y sorprendente. Si no fuese así sería difícil entender cómo en un mismo espacio, por amplio que sea, se pueden diversificar las opciones de ocio. Y más en concreto cómo en una sala como Mercedes en la que el jazz tiene su ermita, tras la bienvenida del rockabilliero  exInhumano que la regenta, un auditorio esperaba expectante tal actuación. Allí nos llevó la llamada de amistad que siempre obra el milagro de saberse preocupar por la difusión de la cultura, en este caso musical. Amistad nacida de entre su propia sangre hacia uno de los geniales pianistas que se disponía a abrir el recital enfundado en un negro riguroso coronado con la pajarita roja a modo de acicate hacia sus yemas. Así, Enrique Carmona, tras unos segundos de pausa silenciosa, comenzó. Y  aquí fue donde mis propias envidias empezaron a volar a su antojo. Sus manos saltaban coordinadas de unas teclas a otras y tras el reflejo del piano de cola no pude por menos que lamentar no tener semejante don como el que mostraba Enrique. Las notas recorrían la sala que se había sellado al ruido exterior y desde las cuerdas del piano se nos mostraba la inmortalidad hecha presente. Ni un solo parpadeo auricular para no perderse detalles de quien con las partituras interiorizadas nos permitía el deleite de gozar de su música. Por un momento recordé aquello que se menciona  de Beethoven cuando, notando los efectos de la sordera provocada por el mercurio del pescado ingerido, serró las patas del piano para seguir componiendo a ras de suelo con la ayuda de la vibración de la tarima. Era magia lo que allí se respiraba  y una vez finaliza su actuación  la serenidad volvió a su rostro. Había cumplido sobradamente con lo esperado y el descanso se hacía preceptivo.  Pasado quince minutos, recogió el testigo Rubén Morcillo.  Este,  la viva imagen del alumno aventajado, del pulcro niño que fuese educado en la corrección de la forma, tomó asiento y tomó partido. Y sus manos se desbocaron como cuadrigas del circo de un pentagrama aprendido  para dejarnos sin aliento. Una bipolaridad en diestra y siniestra como si de dos seres que tocaban a dúo en una misma persona se tratase. Unas veces la derecha saltaba sobra la izquierda que no paraba de teclear y otras veces a la inversa. Ni siquiera los ínfimos momentos de duda iniciales tuvieron descanso. Aquello era un oleaje de notas que golpeaban  el malecón  de nuestro silencio admirativo. Una pared poblada de carátulas de antiguos vinilos se revestía de grandeza ante lo que allí estábamos presenciando y una última composición personal cerró el evento. Y lo cerró con el poso que produce el saberse testigo de algo hermoso protagonizado por dos genios llamados Enrique Carmona y Rubén Morcillo que en cualquier lugar con un mínimo de sensibilidad musical serían reconocidos como se merecen. La tarde daba paso a la noche y Ruzafa, una vez más, y esta vez de modo especial, nos había recompensado.       

Jesús(defrijan)     

No hay comentarios:

Publicar un comentario