viernes, 22 de enero de 2016


Budapest (capítulo V): Maritza

Así se llamaba aquel torbellino que relevó a Silvia como guía en esta inmensa ciudad llamada. Sus  rasgos confirmaban una mezcla de cromosomas y una agitada vida que la había llevado a la situación actual desde la vorágine de su nerviosismo. No precisaba micrófono y como única aditivo un abanico la acompañaba en su misión. Emprendimos tras la estela de su verborrea la visita en la que el Puente de las Cadenas nos cedió paso hacia el Castillo mientras el inmenso edificio del Parlamento seguía recontando el paso incesante de paquebotes turísticos sobre las aguas. El calor, compañero inmisericorde a lo largo de la mañana, disputaba con las murallas la atención de quienes intentábamos dejar huella de nuestro paso a ritmo de píxeles. Un trasiego incesante de autobuses para destilar en breve tiempo lo que supuso un esplendor de siglos. De modo que con la premura del horario a cumplir descendimos hacia la Plaza de los Héroes en las que se rinde tributo a las siete tribus fundadoras de la ciudad y en medio de todo aquel homenaje al pasado aparecieron ellos, los Hare  Krishna. El colorido vino a sumarse  a la inmensidad del lugar y  la enorme carroza sobre la que se recogían dádivas captó nuestra atención por encima de los testamentos magiares. Maritza intentando no perder audiencia y aquellos seres rapados y vestidos con túnicas entonando sus fanfarrias a ritmo de sus crótalos manjeera y tambores mridanga. Nosotros insistiendo en buscar una sombra y en las cercanías los restos de la vergüenza. Sobre la acera de lo que fuese el edificio de la Gestapo en esta ciudad las fotografías de algunos de los exterminados reclamaban un no olvido a todos quienes seguimos sintiendo repulsa por semejantes actos. Y más allá, sobre el patio de la Sinagoga, un sauce llorón dorado en el que cada una de las hojas lleva inscrito el nombre de un mártir judío a modo de recordatorio. Lo de menos era que Tony Curtis fuese el mecenas del mismo. Un Holocausto como aquel prestaba a nuestros ojos la auténtica cara de la locura cuando alcanza el poder. Quizás por eso, para intentar aliviarnos el ánimo, en el Café New York buscamos acomodo y reposo. Desde una de las estanterías, un Puskas sonriente y juvenil, hablaba de logros  deportivos más allá del dolor,  más acá de la alegría. Concluía otra jornada y el vino tomó el relevo. La noche se cernía y tras descender cientos de metros, las vías nos llevaron de regreso a las cortinas de cretona que tan necesarias se hacían en aquellos tempranos amaneceres.     



Jesús(defrijan)       

No hay comentarios:

Publicar un comentario