Sintra y Cascais ( capítulo II)
Erigiéndose entre las pinadas protectoras
y custodiada por dos castillos apareció Sintra. Como si de una llamada se
tratara surgió la necesidad de encaminarnos hacia las cumbres para sentirnos
elegidos oteadores de todo aquello que alcanzaba hacia el mar. Sempiterno
reclamo de aventureros que partieron para dejar huella a lo largo de las costas
llegamos a sentir el paso de la brisa y a las almenas del Castillo de Mouros
dimos por cautivas de nuestras miradas. El trasiego incesante de pasos
ignorantes de su grandeza no lograba callar los trovos de aquellos juglares que
diesen rienda suelta a sus octosílabos
para regocijo de las que moraban en las torres rumiando sus soledades.
Compitiendo con él en el espacio y colorido su homónimo Castillo da Pena
luciendo gallardo colorido se ufanaba de mayores requiebros a quienes teníamos
la suerte de salpicar nuestros pasos por su muralla sin poder evitar lanzarnos
al horizonte de poniente. Vestimos armaduras de sueños y entre las pinochas
llegamos a presenciar al unicornio que huía en busca del secreto que toda
fantasía acarrea. No hubo lugar para batirse en duelo con ningún dragón que no
fuese el nacido de los rayos que reflejaban en las torres sus flechas nacidas
de las ballestas de la ilusión. En el descenso, justo en una esquina orientada
al noroeste, el reclamo de las letras adornaba la puerta de aquel
establecimiento donde dábase fe de haber
albergado a Lord Byron y así se añadía un peldaño más al romanticismo de
Sintra. El sabor a vino verde nos despidió y quiso llevarnos entre los
recovecos de las rutas sin programar a Cascais. Allí, el mar se rendía a nuestros pies y
azotaba sin piedad al malecón del paseo como queriendo recuperar su espacio
usurpado. A cambio, cual boca de infierno presta al cambalache, sus frutos nos
serían ofrecidos como muestra de generosidad y aceptamos el trueque. Y a fe que
salimos ganando por las dimensiones de
los mismos. Caía la tarde y el horizonte se difuminó como preludio a una noche
en la que el sabor a fado volvería a
hacerse presente mientras la Navidad seguía su liturgia. Un último sabor desde
el mostrador en el que las manualidades se nos ofrecían tras la evocación de
Dolores que seguía pensando en aquel cantante español que tanto la enamoró.
Metros más arriba el marqués de Pombal desde su pétrea atalaya se erguía ufanándose de su visión sobre el futuro de la
ciudad que se adornaba con el epílogo de
la exposición universal que la proyectó hacia el mundo; como si fuese necesario
dar rienda suelta a quien nunca conoció el sentido de la palabra frontera.
Quedó tanto por ver como tanto nos trajimos y en la mochila de vuelta el debe
se hizo un hueco para una próxima ocasión. Dormía el Tajo y con él nos mecimos.
Jesús(defrijan)
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