lunes, 11 de enero de 2016


Sintra y Cascais ( capítulo II)

Erigiéndose entre las pinadas  protectoras y custodiada por dos castillos apareció Sintra. Como si de una llamada se tratara surgió la necesidad de encaminarnos hacia las cumbres para sentirnos elegidos oteadores de todo aquello que alcanzaba hacia el mar. Sempiterno reclamo de aventureros que partieron para dejar huella a lo largo de las costas llegamos a sentir el paso de la brisa y a las almenas del Castillo de Mouros dimos por cautivas de nuestras miradas. El trasiego incesante de pasos ignorantes de su grandeza no lograba callar los trovos de aquellos juglares que diesen rienda suelta a sus  octosílabos para regocijo de las que moraban en las torres rumiando sus soledades. Compitiendo con él en el espacio y colorido su homónimo Castillo da Pena luciendo gallardo colorido se ufanaba de mayores requiebros a quienes teníamos la suerte de salpicar nuestros pasos por su muralla sin poder evitar lanzarnos al horizonte de poniente. Vestimos armaduras de sueños y entre las pinochas llegamos a presenciar al unicornio que huía en busca del secreto que toda fantasía acarrea. No hubo lugar para batirse en duelo con ningún dragón que no fuese el nacido de los rayos que reflejaban en las torres sus flechas nacidas de las ballestas de la ilusión. En el descenso, justo en una esquina orientada al noroeste, el reclamo de las letras adornaba la puerta de aquel establecimiento donde dábase  fe de haber albergado a Lord Byron y así se añadía un peldaño más al romanticismo de Sintra. El sabor a vino verde nos despidió y quiso llevarnos entre los recovecos de las rutas sin programar a Cascais.  Allí, el mar se rendía a nuestros pies y azotaba sin piedad al malecón del paseo como queriendo recuperar su espacio usurpado. A cambio, cual boca de infierno presta al cambalache, sus frutos nos serían ofrecidos como muestra de generosidad y aceptamos el trueque. Y a fe que salimos ganando por las dimensiones  de los mismos. Caía la tarde y el horizonte se difuminó como preludio a una noche en la que el sabor a  fado volvería a hacerse presente mientras la Navidad seguía su liturgia. Un último sabor desde el mostrador en el que las manualidades se nos ofrecían tras la evocación de Dolores que seguía pensando en aquel cantante español que tanto la enamoró. Metros más arriba el marqués de Pombal desde su pétrea atalaya se erguía  ufanándose de su visión sobre el futuro de la ciudad que se adornaba con el  epílogo de la exposición universal que la proyectó hacia el mundo; como si fuese necesario dar rienda suelta a quien nunca conoció el sentido de la palabra frontera. Quedó tanto por ver como tanto nos trajimos y en la mochila de vuelta el debe se hizo un hueco para una próxima ocasión. Dormía el Tajo y con él nos mecimos.
Jesús(defrijan)    

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