Londres ( capítulo II) Torre de Londres y desfile por Oxford Street
La jornada siguiente nos llevó a
la Torre y allí comenzamos a
hacernos una idea de cuanta historia se escondía en medio de aquellos
muros. Relevos de sangres que serían coronadas en aras de la traición alternaban
con las escalinatas que nos trasladaban al cuarto de armas en el que los
diferentes artilugios lucían gallardos los logros conseguidos en los campos de
batalla o en las salas de torturas. Y un poco más arriba, las joyas de la
corona que más de un incauto supuso ciertas mientras diseñaba para sí la
infalibilidad del método para sustraerlas. Quizás la auténtica joya quedó en
las aguas del Índico y aquellas que mostraban las vitrinas no eran más que
ilusas motas de antiguos esplendores coloniales. Sea como fuera, nada resultó
más doloroso que ver cómo la mutilación de los cuervos servía como excusa para
la perpetuidad legendaria de la corona. Alguien
se inventó la profecía mediante la cual aseguraba la permanencia real en
el Reino Unido hasta que los cuervos del
patio de armas emprendiesen definitivo vuelo. Nada más práctico que caparles
las alas para así impedir que llegase tal fin
por más envidias que despertasen
en los córvidos el vuelo de otras
aves más afortunadas. Ni siquiera la fotografía con el beefeater de turno pudo
evitar la compasión; imagino que faltaba agua tónica para hacerla bebible. De
modo que a toda máquina, y a lomos de un taxi conducido por un jamaicano,
intentamos acceder a la zona en la que se anunciaba la caravana multicolor
reivindicativa. El rastafari , auténtica réplica de Jimmy Cliff que nos condujo lamentaba el cómo
dejaron sus antepasados en manos británicas a su isla y su bombín violeta
coronada con una pluma rosa no pudo por menos que darle la razón. Como malas
copias de Marley imitamos un reggae y a punto de llegar a Oxford Street nos
dimos de bruces con ella. Una inmensa cabalgata cruzaba aquella avenida desde
todos los colores del arco iris y todos los sectores de un abanico festivo. Por
todas las carrozas surgían las canciones que tan solapadas caminan con los
colectivos que reclamaban igualdades en una urbe que ya de por sí las rechaza.
Y la lluvia, la amenazante lluvia, aún no había hecho acto de presencia para no
deslucir el festejo. Calles más arriba se proyectaba Priscilla y aquella noche
todas las aceras colindantes se poblaron de pelucas
rosas, tacones de aguja y plataformas espectaculares. Mientras tanto, las
ardillas seguían siendo las dueñas de los espacios abiertos y disputaban con los pies descalzos los últimos
rayos de sol.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario