Lausana (capítulo II)
Una nueva jornada se desperezaba y con ella nosotros. Algo similar a
lo ya transitado nos esperaba y el
Ródano que buscaba la Costa Azul sería nuestro compañero de viaje hasta
abandonar Francia y cruzar los innumerables túneles camino de Lausana. Nada más
atravesar la frontera, la parada obligatoria para cuñar el parabrisas con el
sello que nos acreditaba como contribuyentes al mantenimiento de la red viaria.
Empezaba a mostrarse este país con el toque de pragmatismo que no dejaría de
sorprendernos. Tras no pocas equivocaciones en los cruces callejeros, llegamos
a destino. Y allí, los trolebuses campaban a sus anchas entre los ciclistas
avezados que nada temían ni a las cuestas ni al frío. Un frío que a todas luces
les parece calor a quienes moran lejos de la calidez mediterránea y que como
dato curioso consigue que sea prácticamente imposible conseguir hielo en bolsas
en ninguna gasolinera. Obviamente, las viandas viajeras habían menguado casi
todas excepto el melón que seguía aguardando rescate. A pies de la ciudad, como
zona de esparcimiento y traslado, la zona de embarcadero hacia el lago Lemán.
Sobre sus aguas un incesante trasiego de viajeros hacia Evian en la que el
poder adquisitivo saltaba a la vista de las edificaciones. Se puso de
manifiesto ante nuestros ojos el tipo de casta que suele decidirse por habitar
lejos del mundanal ruido y cerca del tintineo, a ser posible, libre de
impuestos. Al regresar del paseo acuático no pude por menos que recordar
aquella frase de Helmut Kohl cuando en una visita protocolaria le explicaron
que el esquí acuático se practicaba en dichas aguas; él, haciendo gala de un
humor poco germánico respondió con “no sabía que los lagos suizos tuviesen
pendiente para ser descendidos sobre esquíes”. Sin duda eran otros tiempos y
quizás la austeridad se tomaba de otro modo. En cualquier caso, ya
desembarcados, recorrimos la ciudad pausadamente y en un constante ascenso y
descenso nos mimetizamos con el ambiente. Sabíamos que la sede de los cinco
anillos de colores no andaba lejos y que el sueño del barón de Coubertin quizás
se había desvirtuado tanto en pos del dinero que posiblemente sonase a utopía
inalcanzable. Nada mejor que recobrarlas esperanzas a base de quesos y
chocolates mientras la noche caía, el cansancio llegaba y dábamos por terminada
la segunda jornada de desplazamiento. En los alféizares de las ventanas
frontales las botellas de champán
restaban sus grados al relente de la noche. Sobre la mesa, un melón con
aspecto de cansado seguía preguntándose por la fecha de su inmediato
final.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario