viernes, 29 de enero de 2016


Lausana (capítulo II)

Una nueva jornada se desperezaba y con ella nosotros. Algo similar a lo  ya transitado nos esperaba y el Ródano que buscaba la Costa Azul sería nuestro compañero de viaje hasta abandonar Francia y cruzar los innumerables túneles camino de Lausana. Nada más atravesar la frontera, la parada obligatoria para cuñar el parabrisas con el sello que nos acreditaba como contribuyentes al mantenimiento de la red viaria. Empezaba a mostrarse este país con el toque de pragmatismo que no dejaría de sorprendernos. Tras no pocas equivocaciones en los cruces callejeros, llegamos a destino. Y allí, los trolebuses campaban a sus anchas entre los ciclistas avezados que nada temían ni a las cuestas ni al frío. Un frío que a todas luces les parece calor a quienes moran lejos de la calidez mediterránea y que como dato curioso consigue que sea prácticamente imposible conseguir hielo en bolsas en ninguna gasolinera. Obviamente, las viandas viajeras habían menguado casi todas excepto el melón que seguía aguardando rescate. A pies de la ciudad, como zona de esparcimiento y traslado, la zona de embarcadero hacia el lago Lemán. Sobre sus aguas un incesante trasiego de viajeros hacia Evian en la que el poder adquisitivo saltaba a la vista de las edificaciones. Se puso de manifiesto ante nuestros ojos el tipo de casta que suele decidirse por habitar lejos del mundanal ruido y cerca del tintineo, a ser posible, libre de impuestos. Al regresar del paseo acuático no pude por menos que recordar aquella frase de Helmut Kohl cuando en una visita protocolaria le explicaron que el esquí acuático se practicaba en dichas aguas; él, haciendo gala de un humor poco germánico respondió con “no sabía que los lagos suizos tuviesen pendiente para ser descendidos sobre esquíes”. Sin duda eran otros tiempos y quizás la austeridad se tomaba de otro modo. En cualquier caso, ya desembarcados, recorrimos la ciudad pausadamente y en un constante ascenso y descenso nos mimetizamos con el ambiente. Sabíamos que la sede de los cinco anillos de colores no andaba lejos y que el sueño del barón de Coubertin quizás se había desvirtuado tanto en pos del dinero que posiblemente sonase a utopía inalcanzable. Nada mejor que recobrarlas esperanzas a base de quesos y chocolates mientras la noche caía, el cansancio llegaba y dábamos por terminada la segunda jornada de desplazamiento. En los alféizares de las ventanas frontales las botellas de champán  restaban sus grados al relente de la noche. Sobre la mesa, un melón con aspecto de cansado seguía preguntándose por la fecha de su inmediato final.    



Jesús(defrijan)    


No hay comentarios:

Publicar un comentario