Praga ( capítulo II) Karlovary
Como suele ser habitual, se nos presentó la oportunidad de añadir a
Praga la visita a la famosa ciudad balneario de Karlovary. De modo que guiados por la inalterable Silvia
recorrimos los campos de cultivos que ejercían de cunetas hacia el valle que
tan atractivo resultaba. Y a fe que acertamos. Aquello rezumaba un sabor a bohemia y a grandezas de la otrora
burguesía que lo adoptó como lugar de esparcimiento alejado de la plebe. Sin
lugar a dudas las virtudes de sus aguas contribuyeron a tal auge y por si esto
no fuese suficiente mérito, el alquimista decimonónico llamado David Becher
alumbró la feliz idea de destilar un vodka al que obviamente puso su nombre.
Efectivamente, el bechervodka vio la luz tras la anunciación de una receta
nacida sobre principios de siglo y a fe que debió extraerla de algún arsenal de
municiones químico- gástricas que debieron prohibir al acabar la Gran Guerra. Se
supone que ese elixir maravilloso contribuía
a aliviar las dolencias de quienes buscaban cura a sus ajados huesos y
hartos estaban de beber sulfurosas aguas. Lo cierto y verdad es que tras las
advertencias de Silvia referentes a su poder de ignición esofágica, un leve
sorbo fue suficiente. Ni el más mariachi de los tequilas es capaz de provocar
efectos colaterales más contundentes. Suele deslizarse hacia el estómago como
un áspid callada a la espera de que su cicuta emerja hacia la sangre. No me
cabe duda de que las calderas de Pedro
Botero lo utilizan como combustible para añadir sufrimiento a los pecadores del
averno. Me pareció escuchar que el número de bajas que las primeras
destilaciones provocaron en los huéspedes de los hoteles ocasionaron más de un
disgusto al osado de David y que en base a evitar la cadena perpetua decidió
rebajarlo hasta alcanzar la graduación
actual. Sea como fuere, con la glotis al rojo vivo, el paseo por los
jardines próximos al río aportó un momento de solaz mientras los cristales de
Bohemia reclamaban nuestra atención. Metros más allá, el Casino Royal recordaba
las últimas escenas grabadas en su interior por el intrépido James Bond en el
enésimo capítulo de la saga al servicio de Su Majestad y en el Grandhotel Pupp las imágenes fotografiadas de los
actores famosos venidos al festival cinematográfico anual nos transportaban a
una alfombra roja imaginaria. En el viaje de regreso, al compás de los saltos
que el pavimento provocaba en el
autobús, no pude por menos que observar como más de uno se llevaba la mano al
bajo vientre en un intento penúltimo de calmar los ardores. Si vais a ir,
estáis avisados.
Jesús(defrijan)
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