martes, 19 de enero de 2016


Praga ( capítulo II) Karlovary

Como suele ser habitual, se nos presentó la oportunidad de añadir a Praga la visita a la famosa ciudad balneario de Karlovary.  De modo que guiados por la inalterable Silvia recorrimos los campos de cultivos que ejercían de cunetas hacia el valle que tan atractivo resultaba. Y a fe que acertamos. Aquello rezumaba un  sabor a bohemia y a grandezas de la otrora burguesía que lo adoptó como lugar de esparcimiento alejado de la plebe. Sin lugar a dudas las virtudes de sus aguas contribuyeron a tal auge y por si esto no fuese suficiente mérito, el alquimista decimonónico llamado David Becher alumbró la feliz idea de destilar un vodka al que obviamente puso su nombre. Efectivamente, el bechervodka vio la luz tras la anunciación de una receta nacida sobre principios de siglo y a fe que debió extraerla de algún arsenal de municiones químico- gástricas que debieron prohibir al acabar la Gran Guerra. Se supone que ese elixir maravilloso contribuía  a aliviar las dolencias de quienes buscaban cura a sus ajados huesos y hartos estaban de beber sulfurosas aguas. Lo cierto y verdad es que tras las advertencias de Silvia referentes a su poder de ignición esofágica, un leve sorbo fue suficiente. Ni el más mariachi de los tequilas es capaz de provocar efectos colaterales más contundentes. Suele deslizarse hacia el estómago como un áspid callada a la espera de que su cicuta emerja hacia la sangre. No me cabe duda de que las  calderas de Pedro Botero lo utilizan como combustible para añadir sufrimiento a los pecadores del averno. Me pareció escuchar que el número de bajas que las primeras destilaciones provocaron en los huéspedes de los hoteles ocasionaron más de un disgusto al osado de David y que en base a evitar la cadena perpetua decidió rebajarlo hasta alcanzar la graduación  actual. Sea como fuere, con la glotis al rojo vivo, el paseo por los jardines próximos al río aportó un momento de solaz mientras los cristales de Bohemia reclamaban nuestra atención. Metros más allá, el Casino Royal recordaba las últimas escenas grabadas en su interior por el intrépido James Bond en el enésimo capítulo de la saga al servicio de Su Majestad y en el Grandhotel  Pupp las imágenes fotografiadas de los actores famosos venidos al festival cinematográfico anual nos transportaban a una alfombra roja imaginaria. En el viaje de regreso, al compás de los saltos que el pavimento  provocaba en el autobús, no pude por menos que observar como más de uno se llevaba la mano al bajo vientre en un intento penúltimo de calmar los ardores. Si vais a ir, estáis avisados. 

Jesús(defrijan)

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