martes, 26 de enero de 2016


Dublín (capítulo I)

 Sería tan breve la estancia como para hacerse una ligera idea de lo que la isla guardaba y el sabor a derrota asumida a través de los siglos embarcó con nosotros. De camino aparecieron las imágenes extraídas de aquellas obras  cinematográficas en las que el poso a drama se respira desde el primer fotograma. De ahí que durante el traslado las innumerables incógnitas no supieran aportar solución alguna y decidiéramos  dejarnos llevar por el ánimo de descubrir. Cuna de escritores a los que habría que rendir pleitesía a la vez que sorteábamos las calles plagadas de pubs festivos que llamaban a ritmo de cerveza negra a todo tipo de viandantes. Allí  el Temple Bar mostraba la cara enrojecida de quienes se agolpaban ante la barra a la espera de escuchar el himno dedicado a su famosa pescadera Molly Malone y firmar el compromiso de entrar como extraño y salir como amigo. Y por todas partes la constancia de ser sede de catolicismo para mayor ira de la corona vecina.  Sortear el río Liffey  por el famoso puente de Half  Penny  para zigzaguear por ambas riberas provoca un mimetismo tan cotidiano como sencillo de asimilar. Y más allá, James Joyce, desde su púlpito bronceando tras su mirada hierática, callando una explicación a su obra para continuarla inmortal. No sería preciso desplazarse en demasía hasta llegar a la casa natal de Óscar Wilde y dar fe de cuánta grandeza acumula un ser privilegiado en su corta e intensa existencia. Posando como el dandy que fuera, su escultura recostada sobre un monolito pétreo habla más de lo que muchos vociferan y da por bueno el lema de  rendirse a la tentación como remedio ante su llegada. En aquella esquina del parque  Merrion el estilo se conjuga con la sapiencia y la inmortalidad se retrata sin culpa alguna. Por un momento pareció como si Dorian se ocultase tras un espejo de sombras delatadoras de una existencia sin límites. De regreso a la zona mundana, la Catedral de San Patricio  alzándose  como custodia de almas que empezaban a transitar por las aceras con paso titubeante y hálito a wiski refrendando  la leyenda que atribuye al santo la llegada a la isla del proceso de destilación. Tanto si fue ese su propósito como si no lo fue, que cada cual juzgue los resultados. Mientras tanto, el Trinity mantendrá imperturbable su orgullo de haber sido cuna de genios, creencias aparte. Quizás por ello se hacía  preciso acabar la jornada en  Stephens Green sobre la hierba,  descalzos y asombrados de cómo el sol se atreve a aparecer para disipar las nieblas de un carácter que se nos mostraba en toda su versión desmaquillada. Que todo Dublín estuviese  plagado de estudiantes hispanos no dejaba  de ser una casualidad convenientemente provocada, astutamente diseñada y prudentemente ofrecida tras el señuelo de un trébol de tres hojas.         

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario