domingo, 3 de enero de 2016


Palmeras en la nieve

 Se llamaba Vicenta y su deje canario siempre la acompañó. Narraba cómo fueron sus últimos días en la antigua Guinea Española ejerciendo de esposa del encargado de una de las empresas madereras; cómo la salida de la colonia fue de precipitada y peligrosa; cómo un antiguo empleado llamado  Macías se convirtió en el presidente de la nacida república; cómo echaba de menos aquellos días que tan feliz la hicieron. De ahí que anoche, antes de entrar a la sala a presenciar la película coetánea, no pudiese por menos que recordarla   y así me dispuse a revivir aquella época que de su boca presencié. Y a fe que fue todo un acierto al elección. La ambientación, la fotografía, el ritmo, la banda sonora, todo  ensamblado de modo perfecto en ese ir y venir de la historia entre las nieves oscenses y la selva guineana. Allí el argumento entrelazaba amores perseguidos con abusos capataces,  esperanzas de libertad con placeres vespertinos, pasados presentes con secretos sacados a la luz de la curiosidad. De modo que un funeral se convierte en un bautismo a una historia que te lleva y trae por las sendas de la emoción con el sabor tenue del  cacao de las plantaciones.  Las sucesivas interpretaciones no hacen más aportación que la suma de credibilidades que tan difíciles resultan cuando nacen de unos rostros catalogados de bellos en detrimento de sus otras virtudes. Un continuo tira y afloja entre quienes quieren alcanzar sus objetivos y quienes pretenden ponérselos difíciles. Y todo ello dentro de un puzle compuesto por tres generaciones que separadas seis mil kilómetros permanecen más unidas que las habitualmente cercanas.  El ritmo con el que es dirigida la historia es el auténtico culpable de que las tres horas de duración se queden escasas a la espera de un final diferente que sería tan deseable como  incoherente.  Ella, decide seguir los pasos de Alfonsina  mientras la memoria regresa  a las sienes plateadas de él que la tienen presente. Pocas veces un argumento ha sido tan conmovedor y tan bien llevado a la pantalla al haber sabido caminar sobre el cable del funambulismo del culebrón y no haber caído al precipicio de lo previsible. Ahora que han pasado tantos años es cuando empiezo a comprender el porqué a Vicenta se le humedecían los ojos cada vez que recordaba aquella etapa mientras preparaba las papas con mojo. Quién sabe si no  fue testigo de alguna historia similar a la de anoche y la calló para siempre por no fundir a la nieve con el sol que atravesaba sus palmeras.      

 

Jesús(defrijan)     

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