jueves, 28 de enero de 2016


Nimes( capítulo I)     

Mucho antes de que los vuelos se convirtiesen en algo cotidiano la carretera ocupaba un lugar de privilegio como vía natural de desplazamiento. De modo que en un arrebato de sobremesa festiva surgió la idea y pronto empezamos a diseñarla. Llegar a Suiza para intentar conocerla en una semana se ofrecía como un reto de esos en los que o te animas a superarlo o el tiempo te privará de esa posibilidad. No hizo falta mucho más a la hora de diseñar la ruta y una parada obligatoria a mitad de camino se hacía imprescindible. De ahí que emprendimos el desplazamiento  hacia la frontera norte y antes de lo calculado atravesábamos los Pirineos y nos adentrábamos en Francia. A popa, un surtidísimo equipaje en el que se incluía un melón de piel de sapo a modo de alacena ambulante nos iría proporcionando la reposición de  fuerzas sin mayor pausa que la estrictamente necesaria. No en balde las áreas de servicio campestres se diseminaban cada decena de kilómetros y le daban un tono bucólico al hecho en sí de galopar sobre los octanajes hacia Nimes. En efecto, una vez descartada Aviñón, Nimes sería la ciudad elegida como punto de descanso. De modo que tomamos posesión de la habitación e inmediatamente la visita por la senda de la historia se hizo realidad. El Arena se nos mostró en su máximo esplendor y con un estado de conservación digno de alabanza se erigía como orgulloso escenario de pasadas y presentes representaciones. Transitar por sus corredizos y verse envuelto en los gritos de gladiadores dispuestos al combate fue todo uno. Los rugidos de las fieras llegando hasta los pretiles desde los que un pulgar indeciso dictaría sentencia de inmediato cumplimiento y el pueblo aceptando el pan y circo con el que resignarse a su suerte. La forma elíptica del mismo como simulado ojo sobre el que el iris del patricio buscaría reconocimiento a sus méritos y un próximo evento taurino en el que la lucha a capa y estoque haría renacer la liturgia de la fiesta para goce de unos y rechazo de otros. Más arriba, alejándonos del ruido y la sangre, los Jardines de la Fontaine  aportando a la tarde ese sosiego entre arboledas y peldaños hacia el mirador desde el que otear a la ciudad. Fuentes ornadas   y estanques dormidos dando un toque versallesco al entorno cuyas cancelas, doradas y negras,  albergaban a los artistas callejeros que los habían elegido como escenario. Cesaba el día y con él la sensación de interinidad de quienes sabíamos que nuestro destino estaba más al noreste y en la brevedad de las horas lo haríamos nuestro.

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario