Hakuna matata
Parece ser que en suajili significa no te agobies, no te
angusties, no hay problema, y así un largo etcétera de expresiones similares vendrían a sumarse a
tal sentencia. Y como tal leyenda cobran vida para darle vida todos los
animales de la sabana sobre los que reina un león siguiendo el guion
clásico de toda prosopopeya que se
precie. Los buenos son buenos, los malos son malísimos y torpes y en cada uno
de los las virtudes y vicios humanos se hacen presentes. Por lo tanto, nada que
añadir a lo ya sabido y proyectado en infinidad de salas para goce y disfrute
de niños y mayores. Lo que ya se sale de
lo corriente es el hecho de presenciar cómo un escenario, o mejor, todo un
teatro, se muta en parajes africanos y participa de la historia. Y lo hace con
la viveza de unas percusiones perfectas desde las esquinas alzadas de los
palcos mientras la orquesta esparce el producto de las partituras de modo
preciso. Tan preciso que llegas a sospechas que la batuta del director finge
dirigir a una orquesta enlatada y no es así. Todo milimétricamente calculado y
ensamblado en la coordinación de los innumerables cantos y bailes que la obra en sí
siembra entre los espectadores.
Elefantes, leones, buitres, hienas, lianas, rinocerontes, todos en perfecta
armonía con una historia cuyo final
conocemos. Un hilo argumental en el que no es necesario sacar espinas ácidas en
la crítica porque ya sabemos de la corrección del argumento. El orden
establecido en la convivencia animal permanece inalterable y por un momento
pareciera que con ello el mensaje subliminal viniera a hacerse hueco entre las
dudas inoportunas que el disconforme plantea. Ya habrá ocasiones, lugares y
circunstancias en las que la baraja de las bambalinas distribuya los naipes de
modo diferente. Aquí, a escasos metros de la parafernalia de los rugidos, las
tres generaciones alternan sus puestos en la misma fila y para unos es
suficiente premio el contemplar la cara absorta de los otros. El colorido del vestuario y los estribillos
tarareados ni siquiera se molestan cuando la licencia a la risa fácil desluce
el gag con concesiones al chiste barato. Por un momento llegué a echar de menos
al Tarzán de mis lecturas infantiles y
supuse que estaría en las inmediaciones
del teatro luciendo gorritos navideños. De los cocodrilos, lo único que aprecié fue
su ausencia. Si duda alguna se habían convertido en los zapatos, bolsos y cinturones de quienes taconeaban por la
Gran Vía sin desviar la vista a los mendigos que sonreían de modo triste al
escuchar de nuevo el lema de la obra.
Jesús(defrijan)
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