sábado, 2 de enero de 2016


Hakuna  matata

 Parece ser que en suajili significa no te agobies, no te angusties, no hay problema, y así un largo etcétera  de expresiones similares vendrían a sumarse a tal sentencia.  Y como tal leyenda  cobran vida para darle vida todos los animales de la sabana sobre los que reina un león siguiendo el guion clásico  de toda prosopopeya que se precie. Los buenos son buenos, los malos son malísimos y torpes y en cada uno de los las virtudes y vicios humanos se hacen presentes. Por lo tanto, nada que añadir a lo ya sabido y proyectado en infinidad de salas para goce y disfrute de niños y mayores.  Lo que ya se sale de lo corriente es el hecho de presenciar cómo un escenario, o mejor, todo un teatro, se muta en parajes africanos y participa de la historia. Y lo hace con la viveza de unas percusiones perfectas desde las esquinas alzadas de los palcos mientras la orquesta esparce el producto de las partituras de modo preciso. Tan preciso que llegas a sospechas que la batuta del director finge dirigir a una orquesta enlatada y no es así. Todo milimétricamente calculado y ensamblado en la coordinación de los innumerables  cantos y bailes que la obra en sí siembra  entre los espectadores. Elefantes, leones, buitres, hienas, lianas, rinocerontes, todos en perfecta armonía  con una historia cuyo final conocemos. Un hilo argumental en el que no es necesario sacar espinas ácidas en la crítica porque ya sabemos de la corrección del argumento. El orden establecido en la convivencia animal permanece inalterable y por un momento pareciera que con ello el mensaje subliminal viniera a hacerse hueco entre las dudas inoportunas que el disconforme plantea. Ya habrá ocasiones, lugares y circunstancias en las que la baraja de las bambalinas distribuya los naipes de modo diferente. Aquí, a escasos metros de la parafernalia de los rugidos, las tres generaciones alternan sus puestos en la misma fila y para unos es suficiente premio el contemplar la cara absorta de los otros.  El colorido del vestuario y los estribillos tarareados ni siquiera se molestan cuando la licencia a la risa fácil desluce el gag con concesiones al chiste barato. Por un momento llegué a echar de menos al  Tarzán de mis lecturas infantiles y supuse que estaría en las inmediaciones  del  teatro luciendo gorritos navideños.  De los cocodrilos, lo único que aprecié fue su ausencia. Si duda alguna se habían convertido en los zapatos, bolsos  y cinturones de quienes taconeaban por la Gran Vía sin desviar la vista a los mendigos que sonreían de modo triste al escuchar de nuevo el lema de la obra.      

 

Jesús(defrijan)     

No hay comentarios:

Publicar un comentario