Los churros
Si algo tiene de genial el vocabulario es la posibilidad de transmitir
más de lo que a simple vista parece. Su polisemia provoca más de un engaño más
o menos intencionado y hasta que no descubres el contexto de la frase no acabas
de entender todo el mensaje. De ahí que la mención aludida en el título invoque
a pedir una taza de chocolate humeante y esperar a que la loza se enfríe para
degustar semejante manjar. Así que mientras las papilas gustativas hacen cola en
la bajada de temperatura, mientras el azúcar se disemina por encima de ellos,
demos paso a otra acepción de dicha palabra. Más que nada para evitar equívocos.
Son denominados churros aquellos cuya cuna está en los límites de la Comunidad
Valenciana y, o bien son castellanohablantes, o son valencianohablantes con
acento castellano. Según cada quien se adjudica una u otra versión. De modo que
debería a título personal adjudicarme
dicha de nominación. Por cualquiera de las dos versiones, soy churro. Y lo soy
con el pleno convencimiento de haber sido acogido como tantos otros por una
tierra a la que hacemos nuestra. Generosa, receptiva, alegre, luminosa. Así es
Valencia. Una tierra que se abre al mar sabiendo que los perfiles de las
montañas que desde el mar se divisan marcan una línea en el horizonte que
fronteriza las bienvenidas. Una tierra colorista, abierta, permeable, en la que
poder ser y existir. Posiblemente la Huerta sea la culpable de que esa
sensación se transmita cada vez que desde el alejamiento regreso a ella. La
misma alegría que me embarga cuando me desplazo buscando el ascenso del Cabriel
hasta Enguídanos me viene cuando emprendo el sentido inverso. Más allá de
banderas, más acá de sentimientos, la simbiosis se realiza y en ella me siento
dichoso. Jamás me he sentido extraño y dudo mucho que lo sienta alguna vez. Y
no, no será necesario hacer gala externa de pertenencia cuando la verdad anida
dentro. Tanto me emociona un amanecer
desde la Cruz, mirando hacia el Carro de Cabeza Moya, como el amanecer con el que
la Malva-Rosa decide despertarme. Dos
realidades tan unidas que serían imposible concebir por sí solas. Tanto me
emociona un atardecer en la Playeta como el que cubre la cúpula de Santa
Catalina. Tanto me emociona un desfile fallero como una fiesta keltíbera. Sin
duda soy un afortunado al saber disfrutar de estas dos posibilidades. Una me
vio nacer y nada me reprocha por las largas ausencias. Otra me vio desarrollarme
y oculta su disgusto cuando ve que me alejo. Ambas saben lo momentáneo de ambas
circunstancias. Ambas saben que sin ellas caminaría a medias. Ambas saben que
si una es la taza, la otra es el chocolate. Y entre ambas, yo, que soy o puede
que sea, churro, me siento feliz. Una suerte, sin duda.
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