La sangre
de los inocentes
Salvo contadas excepciones no me gusta repetir
autor para leer. Más o menos te haces una idea de cómo escribe, de sobre qué
escribe y qué tipos de emociones es capaz de aportarte. Por tercera vez Julia
Navarro me ofreció la posibilidad y a ella me subí. Llegar al asedio de Montsegur,
tomar partido por los cátaros, compadecerse de fray Julián y dar un salto en el
tiempo hasta la Francia inmersa en la vorágine nazi, fue todo uno. Nada sorprendente
a lo ya leído en otras ocasiones y poco que despertase mayor interés. Así que,
mitad por la dinámica, mitad por el tedio, de dejé llevar. Me dejé llevar hasta
que empieza a cocinarse una macedonia policíaca en la que participan todos los ingredientes
habidos y por haber. Salvo la KGB o la CIA, allí todo el mundo tiene cabida.
Supongo que la ausencia de ambos estamentos se debe a no alargar más alá de lo
creíble el argumento. Una guerra santa del siglo veinte o veintiuno en la que
vernos inmersos, más allá de cualquier
otro fundamento que no sea el entretenimiento tal cual. Igual es mejor así. Algo
digerible con lo que amortizar los minutos del amanecer o los ratos perdidos
que el sofá reclama. Fanatismos no del todo claros y perfecto esquema de buenos
y malos. Nada de dejar abierta la puerta de la duda no vaya a ser que el lector
se pierda en interrogantes. Aquí se trata de seguir un guión y por lo tanto lo
accesorio sobra. Personajes planos a los que se les echa en falta algo más de
perfidia por saber cómo son nada más presentárnoslos. Bien construida pero
carente del anzuelo de la literatura con
mayúsculas. Es como si la película se hubiese rodado sin necesidad de claqueta
ni mayores atrezos. Así que, quien busque una lectura cómoda, sin mayores
pretensiones que las del entretenimiento, que se apunte a ello. Luego, si el
desenlace lo adivina a la falta de doscientas páginas, puede colgarse la
medalla de detective instruido en narrativas similares. Un dominio de la Historia como Julia Navarro
expone no siempre puede ir unido a una historia que no consigue alterar en lo
más mínimo el latido de las emociones. De todos modos, anoto para un próximo
viaje a la ermita de Santo Toribio. La curiosidad se me ha despertado y aquella
vez que pasé cerca desconocía su importancia. Igual los cátaros desde sus
tumbas se siguen sorprendiendo de cuánto material han proporcionado a las
editoriales.
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