Toc, toc
Jugando con el doble sentido de la expresión se
suele sacar partido a la ironía. Un punto de sutileza sale a la palestra y del
otro, de quien lo lee o escucha, dependerá el valorar si ese doble sentido es
más o menos acertado. Así debieron plantear quienes eligieron semejante título para
semejante bodrio de película. Aquí es donde podría dar por concluida la crítica
de la hora y media malgastado ayer por la tarde. No obstante, explicaré los
argumentos que me llevan a catalogarla como tal, y quien quiera que los lea y
asuma y quien no que se lance al vacío y allá él. El Trastorno Obsesivo Compulsivo
es diagnosticado a quienes por algún desajuste mental actúan en base a temores
o tics irremediables. Entrar en los orígenes de los mismos le corresponde a los
psicólogos o psiquiatras y no seré yo quien asuma tal función. Pero buscar la
gracia, la risa fácil, el humor barato en base a ello, me parece, como mínimo,
deleznable. Y mucho más cuando los estereotipos son tan simples como las
interpretaciones de quienes los llevan a escena. Responsabilidad absoluta del
guionista, del productor, del legislador que premia al séptimo arte con unas
cuotas de emolumentos para parir semejantes chorradas. Apoyos televisivos,
caras más o menos conocidas a partir de teleseries y situaciones esperpénticas
que no tiene ni idea de lo que significa el buen humor. Bostezos desde el
minuto cinco y salteadas risas entre los moños cardados de las filas alternas.
Niveles de humor anclados en las comedias insustanciales de los años sesenta y
que curiosamente revivían ante mis tímpanos. Ansias infinitas por encontrar
algún skecht salvable con el que justificar los cinco euros peor invertidos.
Nada, de nada, sobre la nada, de la nada y para nada ¿ Para cuándo una oficina
de reclamaciones en las cercanías de las palomitas? ¿Para cuándo una actuación
preventiva ante situaciones como la de ayer? Sospecho que el nivel de exigencia
se ha diluido de tal modo que habrá que recurrir de nuevo a la Cartelera Turia
para ir sobre seguro. Aquella no se andaba con rodeos; los epítetos comenzaban con
infumable, seguían con lamentable, evitable, condenable, aceptable, buena,
excelente e imprescindible. Y a fe que tenían razón en la mayoría de las
ocasiones. Así que, salvo que el espíritu de Paco Martínez Soria opine lo
contrario, evitaos la decepción. Si llegase a comparar sus obras con lo visto
ayer, seguro que salía ganando por goleada. Del argumento, paso de hablar;
¿para qué, si ni siquiera los promotores saben de qué va? Por cierto, y como preludio
a la cortina de los títulos de crédito, un avance de lo que amenaza ser la
segunda parte. Juro que si vuelvo a escuchar “toc, toc”, no se me ocurrirá abrir la puerta
ni de coña.
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