lunes, 2 de octubre de 2017


Charnegos



Parece ser que era o sigue siendo el título que se adjudicaba a quienes llegaban a Cataluña desde cualquier otro punto de España en busca de un futuro mejor. Gente que en base a sus expectativas de futuro cerraron puertas, clausuraron lástimas y emprendieron un viaje de ida hacia el noreste. Allí, todo un mundo de oportunidades se les abría y con ellas el porvenir de sus hijos se antojaba fructífero. Su pundonor, su integración, su buen hacer, les abrieron paso hacia las industrias de las que muchos fueron peones en el desarrollo de las mismas. No hacía falta ser muy inteligente para comprobar cómo cada verano las pruebas de su progreso regresaban con ellos a Enguídanos. Quien más quien menos lucía sus éxitos en base a un nuevo Seat  que daba fe de sus logros bien ganados. Poco a poco, en la medida en que los abuelos fueron cumpliendo años, las casas casi deshabitadas se volvieron a reformar, y en algún caso a levantar como nuevas, para dar testimonio de la pertenencia  unas raíces profundas en una tierra que les vio nacer y les impidió el avance. De modo, que en mayor o menor medida,  se fue dualizando su sentir. Eran y son, tan catalanes como enguidaneses, tan de allí como de aquí, tan de pasados como de porvenires. Y llegaron sus hijos. Y en cierto modo siguieron izando ese sentimiento. Aún sabiendo de la caducidad de su estancia, la vuelta periódica a la cuna de sus apellidos, les aporta un visado de autenticidad que no está reñido con el pasaporte de una permanencia en tierras de evolución. De modo que son los mejores testigos de las dos caras de una misma moneda que tantas veces se empeñan en lanzar al aire quienes se arrogan el derecho a hacerlo en su nombre. Segundas y terceras generaciones que ven pasar por delante de sus pupilas lo que sus mismas pupilas rechazan. Sus principios no van encaminados a ningún puerto que tenga varadas las naves. Sus hijos, y los hijos de sus hijos, años ha que dejaron atrás el cordón umbilical de la cuna y no hay vuelta atrás. Crecieron y se desarrollaron  en otro entorno y en torno a él, seguirán. Quizás aquella noche en la que el espectáculo de fin de fiestas  tuvo como artista invitado a Marianico “el corto”, lanzó un aviso y no fuimos conscientes de ello. El paso de las perseidas se confundía con las carcajadas de aquellos  buenos chistes y nadie supo diferenciar el origen de las risas. Daba igual. Una vez más, las fiestas habían resultado un éxito, y ni siquiera la incomodidad de los peldaños o la rigidez de los asientos, pudieron empañar esas jornadas de convivencia.  

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