Charnegos
Parece ser que era o sigue siendo el título que se adjudicaba a quienes llegaban
a Cataluña desde cualquier otro punto de España en busca de un futuro mejor.
Gente que en base a sus expectativas de futuro cerraron puertas, clausuraron lástimas
y emprendieron un viaje de ida hacia el noreste. Allí, todo un mundo de
oportunidades se les abría y con ellas el porvenir de sus hijos se antojaba fructífero.
Su pundonor, su integración, su buen hacer, les abrieron paso hacia las
industrias de las que muchos fueron peones en el desarrollo de las mismas. No
hacía falta ser muy inteligente para comprobar cómo cada verano las pruebas de
su progreso regresaban con ellos a Enguídanos. Quien más quien menos lucía sus éxitos
en base a un nuevo Seat que daba fe de
sus logros bien ganados. Poco a poco, en la medida en que los abuelos fueron
cumpliendo años, las casas casi deshabitadas se volvieron a reformar, y en
algún caso a levantar como nuevas, para dar testimonio de la pertenencia unas raíces profundas en una tierra que les
vio nacer y les impidió el avance. De modo, que en mayor o menor medida, se fue dualizando su sentir. Eran y son, tan
catalanes como enguidaneses, tan de allí como de aquí, tan de pasados como de
porvenires. Y llegaron sus hijos. Y en cierto modo siguieron izando ese
sentimiento. Aún sabiendo de la caducidad de su estancia, la vuelta periódica a
la cuna de sus apellidos, les aporta un visado de autenticidad que no está
reñido con el pasaporte de una permanencia en tierras de evolución. De modo que
son los mejores testigos de las dos caras de una misma moneda que tantas veces
se empeñan en lanzar al aire quienes se arrogan el derecho a hacerlo en su
nombre. Segundas y terceras generaciones que ven pasar por delante de sus
pupilas lo que sus mismas pupilas rechazan. Sus principios no van encaminados a
ningún puerto que tenga varadas las naves. Sus hijos, y los hijos de sus hijos,
años ha que dejaron atrás el cordón umbilical de la cuna y no hay vuelta atrás.
Crecieron y se desarrollaron en otro
entorno y en torno a él, seguirán. Quizás aquella noche en la que el
espectáculo de fin de fiestas tuvo como
artista invitado a Marianico “el corto”, lanzó un aviso y no fuimos conscientes
de ello. El paso de las perseidas se confundía con las carcajadas de aquellos buenos chistes y nadie supo diferenciar el
origen de las risas. Daba igual. Una vez más, las fiestas habían resultado un
éxito, y ni siquiera la incomodidad de los peldaños o la rigidez de los
asientos, pudieron empañar esas jornadas de convivencia.
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