lunes, 30 de octubre de 2017


¿Para qué sirven las banderas?



La curiosidad me ha llevado a cuestionarme este interrogante y como mecanismo de resolución he averiguado lo que la red dispone como respuesta. Por lo leído existen tres tipos de categorías en el grupo de las banderas nacionales. Una es  bandera civil que pueden o podemos utilizar todos los ciudadanos cada vez que así lo estimamos. Las celebraciones de un éxito deportivo supongo que serán el claro ejemplo de esta primera opción. Más de una vez las vemos ondear de manos de quienes se sienten partícipes de tal o cual logro, sacando pecho, llorando de emoción, enervados los sentidos. La segunda acepción es la referida a la guerra y el uso le pertenece en exclusividad a las Fuerzas Armadas. De hecho recuerdo cómo todos los viernes por la tarde se celebraba en el patio de armas un desfile en el que se la homenajeaba a la vez que se recordaba a aquellos que dieron la vida por Dios y por España (sic). Territorios ganados o perdidos en base a la fortuna o desdicha que las contiendas promovían fueron testigos de primer grado de tales acontecimientos. Uno de los agravios mayores que se podía cometer era el ultraje a la misma y el no perdón echaba brotes de venganzas a futuro. Así, la enseña nacional, simbolizaba el respeto debido a todos los ciudadanos juramentados en aquellas explanadas con el uniforme de bonito y el permiso de quince días. Insuflaba valor, eso está claro. Incluso el ritmo vivo de la banda militar animaba a ello mientras el cetme se adhería a los brazos. Soldados de reemplazo dispuestos a todo a los que se nos suponía un inquebrantable tesón de raza y creencias. El acto diario de arriar o izar bandera llevaba impreso el inmovilismo absoluto durante varios minutos y al romper filas el sentimiento patrio había crecido un poco más. De modo que esta segunda acepción quedó clara y sigue quedando en quienes pasamos por la recluta no siempre voluntaria. Nada que añadir al recuerdo de aquellos meses vestidos de caqui y calzados de Segarra. Por último, la bandera institucional, la usada en los organismos oficiales, la del poder político y administrativo, la Bandera con Mayúsculas. Esa que parece ser la madre de todas las banderas, la enseña por excelencia, por la que tantas y tantas disputas se generan y tantas y tantas controversias se expanden en los páramos de la intransigencia. Y no por la bandera en sí, sino por el uso interesado de quienes la utilizan para propio beneficio. Unos la exhiben, otros la vilipendian, unos la modifican, otros la rechazan, unos la adoran, otros la repudian. De modo que empiezo a cuestionarme si el tridente de acepciones no se habrá confundido y en este totum revolutum no anidará un desconocimiento más o menos intencionado de su simbología. Uno pertenece a la tribu que lo acepta como tal. Y cuando la tribu empieza a dictar doctrinas veladas o directas de modos de actuar o querer a los emblemas, igual es el momento de replantearse si está o están haciendo bien su labor o si merece la pena entrar al trapo de tales partidismos, vengan bajo la bandera que vengan. Si no se tiene claro será mejor arriarlas hasta que el mástil dé permiso a un nuevo izado de la misma llevado a cabo por el sentido común.

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