Entre dos aguas
Mi escasa preparación flamenca me hace permanecer al margen
de cualquier opinión sobre dicho estilo. A lo sumo alguna rumba y poco más provoca
el timbaleo de los dedos y ya está. De hecho, aquella vez que escuché el “Entre
dos aguas” de Paco de Lucía en plena moda
de sonidos de Filadelfia, decidí comprarme el single y de cuando en cuando
escucharlo. El tiempo pasó y aquella canción de vez en cuando resuena como eco
de tiempos transitorios. Como ayer. Toda la tarde a la espera de la
comparecencia para ver qué camino tomaba el Parlament y al cabo de dos horas y
pico, de nuevo, la melodía en cuestión. Esta vez sin púa ni uña larga. Ni
palosanto soportando el deslizamiento de las yemas por los trastes para
ascender el ritmo a medida que los minutos pasaban. Un ir y regresar sin
cejilla de por medio que anunciase lo pregonado. Y todos expectantes. Y nada.
Minutos de faena aliñada ante un auditorio millonario a través de las ondas
para acabar dando un quiebro que dejó desconcertados a todos. Sí, pero no, pero
ahora, o quizás más tarde. Los ensayos previos en la sacristía ya presagiaban
algún desarreglo en las partituras y los rostros del coro daban fe de todo
ello. Fuera, en los aledaños, los incondicionales pasando del salto alegre al
abucheo decepcionante. Un desasosiego del que nadie sabe cómo salir. Una
encrucijada como aquella que se le planteó a Juanito Guerra en una noche
estrellada veraniega y tabernera. Dos cuerdas saltaron cuando intentaba dar réplica
al maestro gaditano y todos nadamos entre dos aguas. Eso sí, dos aguas y varios
tragos destilados para dar cumplida cuenta de su esfuerzo. La decepción no
tenía cabida y su voluntad de contentar al auditorio fue suficiente. Cayó la noche
y muchos callaron el desencanto. Otros decidimos darle nuevas oportunidades y
así fue. El verano era lo suficientemente largo como para darnos por vencidos
ante la primera adversidad. Las noches siguientes se sumaron a la corriente Tomatito
con Camarón, Triana, J.J. Cale y casi, casi, Clapton. Volvió a sonar tan
lamentable como la primera vez, pero eso carecía de importancia. Desde los
balcones próximos, Sacramentos, Mari y alguno más velaba el sueño que se soñaba
real frente al letrero luminoso. Los parabienes siguen custodiando la acera
cada vez que resuena en el recuerdo aquel paseo por la ilusión de alguien que
quiso verse como lo que no era. A muchos peces no nos es necesario comprobar
cuándo las aguas bajan turbulentas y nadar entre ellas resulta sumamente
complicado frente al riesgo de perecer en ellas.
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