lunes, 23 de octubre de 2017


Zapatos



La manía de observar suele ir relacionada directamente con la sorpresa del observador. A nada que la curiosidad le pique, algún motivo salta a la luz, como si se disparase un resorte mágico e impensable hasta ese momento. Esta mañana, lo pude comprobar. Ciento de veces he transitado cabizbajo como la mayoría de los incógnitos con los que comparto espacios y hasta hoy no había reparado en el código secreto que esconden los zapatos. Como si de una tribuna abierta se tratase, allí estábamos, o mejor estaban, los dueños de nuestros pasos. En círculo, como retándose, silenciosos y a la vez expectantes. Los había de variados perfiles, diseños, pespuntes. Y en cada uno de ellos se adivinaban las experiencias ajenas. Eran como chivatos de vida a los que prestar pupilas y buscar redenciones en confesiones no previstas. En unos se presumía un andar torpe como si el miedo a la caída fuera forzando la sucesión diestra y siniestra de las plantas. En otros la pulcritud sacaba a la luz el sentido de la estética belleza que parte de la armonía de la flotabilidad en el desplazamiento. Aquellos aguantaban para sus adentros deformaciones como si de una mazmorra permanente no lograsen huir. Estos, avergonzados por la policromía, trastabillaban sus tonos hacia la popa de la silla que ejercía de reja salvadora carente de geranios. Un abanico desaliñado que en mitad del otoño no venido se preguntaba si abrir o cerrar sus segmentos. Las suelas destilaban pereza y quién sabe si agotamientos de un cíclico deambular por la senda de la conveniencia. Morían en las raíces como suelen morir los tubérculos que han sido olvidados en las matas por la premura de la azada. Lazos falsos que cubrían empeines competían con suelas de cadalsos en busca de cimas. Y en todos los casos el contacto dérmico buscando la simbiosis entre el deber y el querer. Puede que aquellos que se encargaron del diseño en la interrogante de los talleres soñaran con verlos adaptándose al tránsito de vidas sin descubrir. Quizá las curvaturas que en muchos se presumían hablaban de cómos y porqués que nos pasan sin respuesta. Empiezo a pensar que cuando la mayoría caminamos cabizbajos no lo hacemos para comprobar la permisividad de la calzada. Empiezo a creer que cuando la cerviz se genuflexa hacia abajo es para dar cuenta de nuestro propio existir al ver en los zapatos propios y ajenos una firma propia que tantas veces ocultamos por pudor.

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